Como en el viejo esquema marxista del tesis-antítesis-síntesis, la relojería “clásica” se reinventó. atrás había quedado la “tesis” de los anticuados pero elegantes relojes mecánicos, y con ella empezaba a irse también la “antítesis” de la electrónica digital, exacta y moderna, pero fría e impersonal, dando lugar a la "síntesis" de una nueva generación de relojes analógicos de cuarzo más acordes a las nuevas tendencias.
En primer lugar, la tecnología del cuarzo permitía fabricar unos calibres cada vez más reducidos, por lo que la moda se orientaba hacia relojes extraplanos que alcanzaron su máximo exponente en ejemplos como el Concord Delirium o los Seiko Lassale (unos relojes bellísimos, en mi opinión, cuya curiosa historia daría para un hilo monográfico).
Por otra parte, el diseño se refinaba y los tamaños se reducían, quizá como reacción a los excesos de los 70. Nacen así pequeños relojes de cuarzo elegantes, planos y refinados como, además de los ya citados y entre otros muchos, los Omega Constellation Manhattan, los "Polo" de Piaget, los Omega "DeVille" extraplanos, los Longines "La grande classique", los Tank “Must” de Cartier, los Maurice Lacroix o los Rado Diastar cerámicos. En realidad habría que ver esta generación de relojes más como piezas de joyería/diseño que como relojes, ya que el mecanismo pierde importancia en relación al diseño y sofisticación de sus cajas y materiales. De hecho muchos de ellos tienen maquinarias similares, en muchos casos calibres propios basados en calibres ETA de alta calidad.
Desde nuestra perspectiva actual influida por una moda de relojes grandes que, en cierto modo, comienza a remitir, parece increíble pensar que el estándar de reloj “de vestir” para hombre se situase en el entorno de los 30 mm de diámetro, en muchos casos sin superar esa cifra. En cierto modo, esto no era más que el eterno vaivén de las modas, puesto que en los años 30-40 la mayoría de los relojes para hombre eran de ese tamaño, comenzando a crecer hacia los 50 y 60 y alcanzando sus tamaños más exagerados en los 70, para luego comenzar de nuevo el ciclo.
En cuanto al cuarzo, y aunque hoy nos parezca una tecnología barata impropia de relojes de gama alta, hay que tener en cuenta que a principios-mediados de los 80 era una tecnología relativamente novedosa y avanzada que permitía unos niveles de precisión y limpieza de funcionamiento (el famoso concepto del “solid state” que entonces era un marchamo de modernidad y tecnología avanzada en cualquier aparato que llevase tal etiqueta) hasta entonces impensables. Hoy vemos el cuarzo como algo barato y sin alma, entonces se veía como lo máximo en modernidad y precisión. También hay que tener en cuenta que poco tiene que ver en cuanto a su sofisticación, calidad de construcción y acabados un mecanismo de cuarzo barato actual de Miyota y un “high end” de primera marca de principios de los 80, que en belleza podía tener poco que envidiar a un mecánico tradicional (ver por ejemplo el calibre del Oysterquartz cuya foto puse al principio). También influye en ello el hecho de que durante la década de los 80 los relojes aún conservaban su funcionalidad original, o sea, que servían para dar la hora a su dueño, y en ese sentido eran mejores cuanto más precisos fuesen (de ahí incluso el dar una vuelta de tuerca más con tecnologías como el twin quartz de Seiko o los VHP suizos, con variaciones en su exactitud de unos pocos segundos al año). A partir de los años 90-2000, con la eclosión de los ordenadores y, muy especialmente, de los teléfonos móviles, los relojes han ido perdiendo su funcionalidad original, por lo que han pasado más a ser un elemento estético en el que la precisión pasa a un segundo plano.