Hay muchas diferencias entre la portavoz del Gobierno central, la vicepresidenta Soraya Saenz de Santa María (PP) y quien ostenta estas mismas funciones en el gabinete del Ejecutivo vasco, Idoia Mendia (PSE). Las ideológicas pueden ser las más evidentes. Pero también existe un curioso punto de coincidencia. Ambas lucen en su muñeca izquierda el mismo modelo de reloj, y no es un 'peluco' cualquiera. Este tiene su historia. «El placer de llevarlo justifica el orgullo de poseerlo», puede leerse en la publicidad del fabricante.
Se trata del modelo 'Classic' de la marca suiza Hublot. Un artilugio de gama alta que en España hizo popular el entonces banquero Mario Conde cuando, en 1987, asaltó la presidencia de Banesto y se convirtió en la representación humana del éxito profesional. Su cabellera planchada y saturada de fijador, sus trajes a medida y aquel, entonces extraño, reloj que paseaba por todas las portadas de periódicos y revistas nacionales hicieron furor. El fondo negro de su caja, la mezcla del acero y el oro, la unión de ambos materiales con tornillos de titanio y sobre todo su delgadísima pulsera de caucho negro se han convertido ya en un clásico de la industria relojera. La elección del nombre -Hublot es ojo de buey o ventanilla, en francés- fue acertada.
No es un reloj barato precisamente. La versión que usa Sáenz de Santa María (acero en tamaño cadete) cuesta en torno a los 4.000 euros, y la de Mendia (acero-oro en tamaño señora), unos 5.000 euros. Su diseñador, Carlo Crocco, lo concibió en 1980 con la idea de sacar al mercado un reloj 'comodín'. Un reloj capaz de ser lucido de igual forma por un hombre o por una mujer y de resultar elegante con una ropa sofisticada o con un atuendo informal.
La compañía fabricante de este reloj, la firma suiza MDM Geneve, ha rodeado este reloj de una liturgia muy personal. Así, cada propietario recibe junto al original una unidad similar -no idéntica pero sí parecida- fabricada en plástico. ¿Por qué? Cambiar la pila que mueve la maquinaria del Hublot es una tarea exclusiva que el fabricante se ha reservado y que no es posible realizar en otro lugar. La operación, ida y vuelta del reloj, tarda un par de semanas. «Esta copia -informan al comprador cuando adquiere el Hublot Classic- es para que usted no lo eche tanto de menos cuando lo mande a cambiar la pila».
Se trata del modelo 'Classic' de la marca suiza Hublot. Un artilugio de gama alta que en España hizo popular el entonces banquero Mario Conde cuando, en 1987, asaltó la presidencia de Banesto y se convirtió en la representación humana del éxito profesional. Su cabellera planchada y saturada de fijador, sus trajes a medida y aquel, entonces extraño, reloj que paseaba por todas las portadas de periódicos y revistas nacionales hicieron furor. El fondo negro de su caja, la mezcla del acero y el oro, la unión de ambos materiales con tornillos de titanio y sobre todo su delgadísima pulsera de caucho negro se han convertido ya en un clásico de la industria relojera. La elección del nombre -Hublot es ojo de buey o ventanilla, en francés- fue acertada.
No es un reloj barato precisamente. La versión que usa Sáenz de Santa María (acero en tamaño cadete) cuesta en torno a los 4.000 euros, y la de Mendia (acero-oro en tamaño señora), unos 5.000 euros. Su diseñador, Carlo Crocco, lo concibió en 1980 con la idea de sacar al mercado un reloj 'comodín'. Un reloj capaz de ser lucido de igual forma por un hombre o por una mujer y de resultar elegante con una ropa sofisticada o con un atuendo informal.
La compañía fabricante de este reloj, la firma suiza MDM Geneve, ha rodeado este reloj de una liturgia muy personal. Así, cada propietario recibe junto al original una unidad similar -no idéntica pero sí parecida- fabricada en plástico. ¿Por qué? Cambiar la pila que mueve la maquinaria del Hublot es una tarea exclusiva que el fabricante se ha reservado y que no es posible realizar en otro lugar. La operación, ida y vuelta del reloj, tarda un par de semanas. «Esta copia -informan al comprador cuando adquiere el Hublot Classic- es para que usted no lo eche tanto de menos cuando lo mande a cambiar la pila».