MAD72
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Hola a todos:
Hay en la Plaza del Mercado Central de Valencia tres edificios que, teniendo funcionalidades muy diferentes entre sí, coinciden en lo maravilloso de su arquitectura:
El Mercado Central.
El Mercado Central de la ciudad de Valencia es una construcción de estilo modernista que se empezó a construir en el año 1914 por Francesc Guàrdia i Vial y Alexandre Soler i March, ambos formados en la Escuela de Arquitectura de Barcelona y habiendo trabajado en el equipo de colaboradores de Domènech i Montaner, arquitecto que se caracterizó por un estilo propio dentro de las líneas del modernismo.
Está situado entre la plaza del Mercado, al lado de la Lonja de la Seda y la plaza de la ciudad de Brujas. La calle vieja de la Paja separa el Mercado Central de la Iglesia de los Santos Juanes. En el lado opuesto, el Mercado Central da a las bonitas calles Palafox, plaza En Gall y calle de las Calabazas.
El Mercado Central combina el metal, las cúpulas, el vidrio, las columnas, al recuerdo gótico del modernismo, como si de una catedral del comercio se tratara, combinando muy bien con la vecina Lonja de los Mercaderes. En el centro del edificio se aprecia una gran cúpula coronada por una veleta.
La Lonja de la Seda.
La Lonja de la Seda de Valencia o Lonja de los Mercaderes es una obra maestra del gótico civil valenciano situada en el centro histórico de la ciudad de Valencia (España). Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, se encuentra situada en la Plaza del Mercado, número 31, frente a la Iglesia de los Santos Juanes y del Mercado Central de Valencia.
Fue construida entre 1482 y 1548, y su primer constructor fue Pere Compte entre los años 1483 y 1498 sobre el modelo de la Lonja de Palma de Mallorca, constituyéndose en un edificio emblemático de la riqueza del siglo de oro valenciano (siglo XV) y muestra de la revolución comercial durante la Baja Edad Media, del desarrollo social y del prestigio conseguido por la burguesía valenciana.
La Iglesia de los Santos Juanes.
La Real Parroquia de los Santos Juanes, también conocida como Iglesia de San Juan del Mercado (Església de Sant Joan del Mercat, en valenciano), es una iglesia situada en la ciudad de Valencia, frente a la Lonja de la Seda, y al lado del Mercado Central, construida encima de la antigua mezquita en 1240.
La iglesia se titula Real, desde 1858, por decreto de Isabel II que la visitó el 2 de junio del mismo año, como antes lo hicieron Carlos III, en 1706, y los reyes de Sicilia, Francisco y su esposa en 1823 y en 1902 lo hizo la Infanta Isabel de Borbón, ex Princesa de Asturias.
Está catalogado como Monumento Histórico Artístico Nacional desde el 21 de febrero de 1947.
De origen gótico, pero reedificándose en los siglos XIV y XVI a causa de los incendios.
Será en el siglo XVII y comienzos del siglo XVIII cuando finalmente adquirirá su aspecto definitivo, con una fisonomía barroca.
De su antigua estructura gótica aún queda la nave y el gran óculo cegado, conocido como la O de Sant Joan, que fue concebido como un gran rosetón en la fachada de los pies. Su exterior se reformó en 1700.
De la fachada que da a la plaza del Mercado destaca la escultura central de la Virgen del Rosario, obra de Jacopo Bertesi. Sobre ella se encuentra la torre del reloj, flanqueada por los dos Santos Juanes y la veleta dispuesta en el alto de la fachada, conocida como el pájaro de San Juan (pardal de Sant Joan en valenciano).
Es a esta veleta, a la que se refiere la leyenda, triste leyenda por cierto, que os quiero comentar y que quedó plasmada por Vicente Blasco Ibáñez en su novela "Arroz y Tartana". Os adjunto el pasaje tomado de la misma novela, espero que os guste y os anime, si no lo habéis hecho ya, a leer la novela. Gracias por leer.
En época pasada, aunque no remota, el Mercado de Valencia tenía una leyenda, que corría como válida en todos sus establecimientos, donde jamás faltaban testigos dispuestos a dar fe de ella.
Al llegar el invierno, aparecía siempre en la plaza algún aragonés viejo llevando a la zaga un muchacho, como bestezuela asustada. Le habían arrancado a la monótona ocupación de
cuidar las reses en el monte, y le conducían a Valencia para «hacer suerte», o, más bien, por librar a la familia de una boca insaciable, nunca ahíta de patatas y pan duro.
El flaco macho que los había conducido quedaba en la posada de Las Tres Coronas, esperando tomar la vuelta a las áridas montañas de Teruel; y el padre y el hijo, con traje de pana deslustrado en costuras y rodilleras y el pañuelo anudado a las sienes como una estrecha cinta, iban por las tiendas, de puerta en puerta, vergonzosos y encogidos, como si pidiesen limosna preguntando si necesitaban un criadico.
Cuando el muchacho encontraba acomodo, el padre se despedía de él con un par de besos y cuatro lagrimones, y en seguida iba por el macho para volver a casa, prometiendo escribir pasados unos meses; pero si en todas las tiendas recibían una negativa y era desechada la oferta del criadico, entonces se realizaba la leyenda inhumana, de cuya veracidad dudaban muchos.
Vagaban padre e hijo, aturdidos por el ruido de la venta, estrujados por los codazos de la muchedumbre, e insensiblemente, atraídos por una fuerza misteriosa, iban a detenerse en la escalinata de la Lonja, frente a la famosa fachada de los Santos Juanes. La original veleta, el famoso Pardalot, giraba majestuosamente.
—¡Mia, chiquio, qué pájaro!... ¡Cómo se menea!... —decía el padre.
Y cuando el cerril retoño estaba más encantado en la contemplación de una maravilla nunca vista en el lugar, el autor de sus días se escurría entre el gentío, y al volver el muchacho en sí, ya el padre salía montado en el macho por la Puerta de Serranos, con la conciencia satisfecha de haber puesto al chico en el camino de la fortuna.
El muchacho berreaba y corría de un lado a otro llamando a su padre. «¡Otro a quien han engañado!», decían los dependientes desde sus mostradores, adivinando lo ocurrido; y nunca faltaba un comerciante generoso que, por ser de la tierra y recordando los principios de su carrera, tomase bajo su protección al abandonado y le metiese en su casa, aunque no le faltase criadico.
La miseria del lugar, la abundancia de hijos y, sobre todo, la cándida creencia de que en Valencia estaba la fortuna, justificaban en parte el cruel abandono de los hijos. Ir a Valencia era seguir el camino de la riqueza, y el nombre de la ciudad figuraba en todas las conversaciones de los pobres matrimonios aragoneses durante las noches de nieve, junto a los humeantes leños, sonando en sus oídos como el de un paraíso, donde las onzas y los duros rodaban por las calles, bastando agacharse para cogerlos.
El que iba allá abajo se hacía rico; si alguien lo dudaba, allí estaban para atestiguarlo los principales comerciantes de Valencia, con grandes almacenes, buques de vela y casas suntuosas, que habían pasado la niñez en los míseros lugarejos de la provincia de Teruel guardando reses y comiéndose los codos de hambre. Los que habían emprendido el viaje para morir en un hospital, vegetar toda la vida como dependientes de corto sueldo o sentar plaza en el ejército de Cuba, ésos no eran tenidos en cuenta.
Al hacer la estadística de los abandonados ante la velada de San Juan, don Eugenio García, fundador de la tienda de Las Tres Rosas, figuraba en primera línea.
Hay en la Plaza del Mercado Central de Valencia tres edificios que, teniendo funcionalidades muy diferentes entre sí, coinciden en lo maravilloso de su arquitectura:
El Mercado Central.
El Mercado Central de la ciudad de Valencia es una construcción de estilo modernista que se empezó a construir en el año 1914 por Francesc Guàrdia i Vial y Alexandre Soler i March, ambos formados en la Escuela de Arquitectura de Barcelona y habiendo trabajado en el equipo de colaboradores de Domènech i Montaner, arquitecto que se caracterizó por un estilo propio dentro de las líneas del modernismo.
Está situado entre la plaza del Mercado, al lado de la Lonja de la Seda y la plaza de la ciudad de Brujas. La calle vieja de la Paja separa el Mercado Central de la Iglesia de los Santos Juanes. En el lado opuesto, el Mercado Central da a las bonitas calles Palafox, plaza En Gall y calle de las Calabazas.
El Mercado Central combina el metal, las cúpulas, el vidrio, las columnas, al recuerdo gótico del modernismo, como si de una catedral del comercio se tratara, combinando muy bien con la vecina Lonja de los Mercaderes. En el centro del edificio se aprecia una gran cúpula coronada por una veleta.
La Lonja de la Seda.
La Lonja de la Seda de Valencia o Lonja de los Mercaderes es una obra maestra del gótico civil valenciano situada en el centro histórico de la ciudad de Valencia (España). Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, se encuentra situada en la Plaza del Mercado, número 31, frente a la Iglesia de los Santos Juanes y del Mercado Central de Valencia.
Fue construida entre 1482 y 1548, y su primer constructor fue Pere Compte entre los años 1483 y 1498 sobre el modelo de la Lonja de Palma de Mallorca, constituyéndose en un edificio emblemático de la riqueza del siglo de oro valenciano (siglo XV) y muestra de la revolución comercial durante la Baja Edad Media, del desarrollo social y del prestigio conseguido por la burguesía valenciana.
La Iglesia de los Santos Juanes.
La Real Parroquia de los Santos Juanes, también conocida como Iglesia de San Juan del Mercado (Església de Sant Joan del Mercat, en valenciano), es una iglesia situada en la ciudad de Valencia, frente a la Lonja de la Seda, y al lado del Mercado Central, construida encima de la antigua mezquita en 1240.
La iglesia se titula Real, desde 1858, por decreto de Isabel II que la visitó el 2 de junio del mismo año, como antes lo hicieron Carlos III, en 1706, y los reyes de Sicilia, Francisco y su esposa en 1823 y en 1902 lo hizo la Infanta Isabel de Borbón, ex Princesa de Asturias.
Está catalogado como Monumento Histórico Artístico Nacional desde el 21 de febrero de 1947.
De origen gótico, pero reedificándose en los siglos XIV y XVI a causa de los incendios.
Será en el siglo XVII y comienzos del siglo XVIII cuando finalmente adquirirá su aspecto definitivo, con una fisonomía barroca.
De su antigua estructura gótica aún queda la nave y el gran óculo cegado, conocido como la O de Sant Joan, que fue concebido como un gran rosetón en la fachada de los pies. Su exterior se reformó en 1700.
De la fachada que da a la plaza del Mercado destaca la escultura central de la Virgen del Rosario, obra de Jacopo Bertesi. Sobre ella se encuentra la torre del reloj, flanqueada por los dos Santos Juanes y la veleta dispuesta en el alto de la fachada, conocida como el pájaro de San Juan (pardal de Sant Joan en valenciano).
Es a esta veleta, a la que se refiere la leyenda, triste leyenda por cierto, que os quiero comentar y que quedó plasmada por Vicente Blasco Ibáñez en su novela "Arroz y Tartana". Os adjunto el pasaje tomado de la misma novela, espero que os guste y os anime, si no lo habéis hecho ya, a leer la novela. Gracias por leer.
En época pasada, aunque no remota, el Mercado de Valencia tenía una leyenda, que corría como válida en todos sus establecimientos, donde jamás faltaban testigos dispuestos a dar fe de ella.
Al llegar el invierno, aparecía siempre en la plaza algún aragonés viejo llevando a la zaga un muchacho, como bestezuela asustada. Le habían arrancado a la monótona ocupación de
cuidar las reses en el monte, y le conducían a Valencia para «hacer suerte», o, más bien, por librar a la familia de una boca insaciable, nunca ahíta de patatas y pan duro.
El flaco macho que los había conducido quedaba en la posada de Las Tres Coronas, esperando tomar la vuelta a las áridas montañas de Teruel; y el padre y el hijo, con traje de pana deslustrado en costuras y rodilleras y el pañuelo anudado a las sienes como una estrecha cinta, iban por las tiendas, de puerta en puerta, vergonzosos y encogidos, como si pidiesen limosna preguntando si necesitaban un criadico.
Cuando el muchacho encontraba acomodo, el padre se despedía de él con un par de besos y cuatro lagrimones, y en seguida iba por el macho para volver a casa, prometiendo escribir pasados unos meses; pero si en todas las tiendas recibían una negativa y era desechada la oferta del criadico, entonces se realizaba la leyenda inhumana, de cuya veracidad dudaban muchos.
Vagaban padre e hijo, aturdidos por el ruido de la venta, estrujados por los codazos de la muchedumbre, e insensiblemente, atraídos por una fuerza misteriosa, iban a detenerse en la escalinata de la Lonja, frente a la famosa fachada de los Santos Juanes. La original veleta, el famoso Pardalot, giraba majestuosamente.
—¡Mia, chiquio, qué pájaro!... ¡Cómo se menea!... —decía el padre.
Y cuando el cerril retoño estaba más encantado en la contemplación de una maravilla nunca vista en el lugar, el autor de sus días se escurría entre el gentío, y al volver el muchacho en sí, ya el padre salía montado en el macho por la Puerta de Serranos, con la conciencia satisfecha de haber puesto al chico en el camino de la fortuna.
El muchacho berreaba y corría de un lado a otro llamando a su padre. «¡Otro a quien han engañado!», decían los dependientes desde sus mostradores, adivinando lo ocurrido; y nunca faltaba un comerciante generoso que, por ser de la tierra y recordando los principios de su carrera, tomase bajo su protección al abandonado y le metiese en su casa, aunque no le faltase criadico.
La miseria del lugar, la abundancia de hijos y, sobre todo, la cándida creencia de que en Valencia estaba la fortuna, justificaban en parte el cruel abandono de los hijos. Ir a Valencia era seguir el camino de la riqueza, y el nombre de la ciudad figuraba en todas las conversaciones de los pobres matrimonios aragoneses durante las noches de nieve, junto a los humeantes leños, sonando en sus oídos como el de un paraíso, donde las onzas y los duros rodaban por las calles, bastando agacharse para cogerlos.
El que iba allá abajo se hacía rico; si alguien lo dudaba, allí estaban para atestiguarlo los principales comerciantes de Valencia, con grandes almacenes, buques de vela y casas suntuosas, que habían pasado la niñez en los míseros lugarejos de la provincia de Teruel guardando reses y comiéndose los codos de hambre. Los que habían emprendido el viaje para morir en un hospital, vegetar toda la vida como dependientes de corto sueldo o sentar plaza en el ejército de Cuba, ésos no eran tenidos en cuenta.
Al hacer la estadística de los abandonados ante la velada de San Juan, don Eugenio García, fundador de la tienda de Las Tres Rosas, figuraba en primera línea.