Miguelanxo
Well-known member
Primero, un poco de cuento.
Hace calor en L'Isle-sur-la-Sorgue, una pequeña población francesa, cerca de Aviñón, en la Provenza. El río Sorgue la abraza y se adentra en ella por unos cuantos canales a los que se asoman las muchas tiendas de antigüedades de la ciudad, en las que sus propietarios, de aires refinados, con gafas de sol de marca y relojes caros en la muñeca, auténticos, aguardan en la puerta, relajados e incluso un tanto displicentes, a su clientela y a los curiosos que juegan por unos instantes a interesarse por muebles y objetos de precios desorbitados que nunca comprarán. Normalmente el paseo es apacible, pero hoy hay mercado de brocanteurs, algo así como la segunda o la tercera división del anticuariado, y el bullicio se extiende por todas las calles. Los puestos ocupan las orillas principales del río y una ingente multitud variopinta de franceses que saben lo que buscan, turistas europeos que deambulan interesados de cuando en cuando por algún objeto, turistas americanos que compran entusiasmados y vocingleros cosas que no saben para qué sirven y turistas japoneses que lo fotografían todo, abarrotan el paseo.
He aprovechado para hacer unos cuantos apuntes en mi cuaderno, pero es complicado. No es fácil encontrar un espacio en el que la gente no se te eche encima, y las terrazas están ya preparadas para el servicio de comidas que algunos turistas ya han comenzado, aunque aún no son ni siquiera las doce, y los camareros no están dispuestos a que ocupes una mesa para tomar un par de cervezas y demorarte haciendo dibujitos.
Aún no ha nacido en mí el interés por los relojes, pero nos gustan los objetos art-nouveau y art-déco y hemos visto una elegante figura de bronce, una bonita lámpara en bastante buen estado, un par de copas... Y curioseando entre los puestos encuentro un pequeño reloj de sobremesa de estilo modernista. Lo cojo y lo examino muy superficialmente. Es bonito, pero tiene algunos defectos. Lo vuelvo a depositar en el mostrador y el vendedor me propone un precio. No solo me parece excesivo, sino que, realmente, no tengo la más mínima intención de comprarlo. Agradezco la oferta y me giro para marchar, pero él insiste, rebajando la cantidad. Le aclaro que no me interesa y, sin perder la sonrisa, me propone que le diga yo una cifra. Empieza a ser embarazoso y le vuelvo a decir que el reloj no me interesa y que no le voy a hacer una oferta. Hace una nueva rebaja y estamos ya en la mitad del precio de partida. Vuelvo a acercarme, vuelvo a coger el reloj y le pregunto si funciona. Me responde que no tiene ni idea. Por lo menos es honesto. Lo vuelvo a depositar y pretendo dar por terminado el episodio, reafirmando mi desinterés. Veinte euros, me propone de golpe. Me quiebro y acabo aceptando. Cuando llego a la altura de mi mujer le muestro la compra y le explico el precio de salida y el coste final. ¡¿Regateaste?!, me pregunta incrédula, buena conocedora de mi incapacidad para ese tipo de negociaciones. No, le respondo, regateó el vendedor en solitario. Yo solo escuchaba como iba bajando el precio. ¿Funciona?. Parece que no. Bueno, concede, es bonito...
Volvimos de las vacaciones con un reloj que acabó en un estante, inútil, junto con un búcaro, una piedra y una reproducción muy digna de una estilizada figura etrusca.
Hace un par de años, tal vez tres, es posible que cuatro, se lo llevé a mi relojero de cabecera y le pedí que le echase un vistazo, por si era recuperable. Para mi sorpresa, un par de días después me dijo que solo había precisado una ligera limpieza y algo de aceite. Funcionaba, y bien. Le pedí, entonces, que le encontrase la turquesa que le faltaba, y al cabo de una semana el reloj pasó del estante a la repisa de la chimenea, primero, y a una mesita en el rellano del primer piso de la escalera, junto a una lámpara modernista, después.
Y esta semana me decidí a hacer algo con la esfera. Como se puede apreciar, había tenido en su día unos ornamentos en color, prácticamente desparecidos. La distribución de los números, bastante irregular, los "1" y los "2" todos con variaciones, y la escala de minutos, imperfecta, evidencian que el dial fue hecho a mano. Lo mejor, hacer una nueva.
He buscado documentación, pero no encontré nada, ni del logotipo de la "marca", que ahora sospecho que, en ausencia de cualquier otra indicación, podría ser la firma del artista o artesano que, tal vez, substituyó la esfera original para personalizar el reloj.
El proceso habitual: recortar la esfera de plancha de latón de 0,4 mm, hacer el centro y, en este caso, los huecos laterales para fijarla, lijar la superficie para favorecer el agarre de la imprimación e imprimarla con aerógrafo en varias capas. Esta vez he cambiado la fórmula de la imprimación y estoy contento del resultado. También le dí algo de color, no es blanco puro.
Mientras secaba bien (es importante que esté completamente seca, no solo la capa más superficial), diseñé la esfera (Adobe Illustrator; CorelDraw es una alternativa). Me tomé la molestia de reproducir la marca / firma e intenté no apartarme mucho del espíritu original del dial.
Y la imprimí con una impresora de 7 tintas a 2880 ppp. Las tintas de impresión, a excepción del negro, son transparentes, a diferencia de las de serigrafía y tampografía. Hay que tenerlo en cuenta para compensar tonos y saturación según el soporte sobre el que imprimamos.
El comportamiento de esta nueva mezcla de imprimación ha sido excelente. Con la que usaba hasta ahora, el contraste y la saturación bajaban un poco, con lo que, con detalles tan pequeños como los de una esfera de reloj, era necesario trabajar con diseños más marcados. Pero esta no solo mantiene el detalle de la alta resolución, sino que no altera en nada los colores y conserva diferencias de matiz muy tenues, como se puede ver en esta ampliación.
Después, barnizado y montaje. Al probar a montar el bisel me dí cuenta de que tenía un borde afilado que arañaba la esfera. Se puede apreciar un leve roce entre las 4 y las 5. Le hice una junta de apoyo plástica para protejer el dial.
Limpié los ornamentos de latón y le dí un repaso a la madera, y así ha quedado.
Gracias por llegar hasta aquí. Espero que os haya entretenido este ejercicio cuentístico relojil.
Saludos confinados
Hace calor en L'Isle-sur-la-Sorgue, una pequeña población francesa, cerca de Aviñón, en la Provenza. El río Sorgue la abraza y se adentra en ella por unos cuantos canales a los que se asoman las muchas tiendas de antigüedades de la ciudad, en las que sus propietarios, de aires refinados, con gafas de sol de marca y relojes caros en la muñeca, auténticos, aguardan en la puerta, relajados e incluso un tanto displicentes, a su clientela y a los curiosos que juegan por unos instantes a interesarse por muebles y objetos de precios desorbitados que nunca comprarán. Normalmente el paseo es apacible, pero hoy hay mercado de brocanteurs, algo así como la segunda o la tercera división del anticuariado, y el bullicio se extiende por todas las calles. Los puestos ocupan las orillas principales del río y una ingente multitud variopinta de franceses que saben lo que buscan, turistas europeos que deambulan interesados de cuando en cuando por algún objeto, turistas americanos que compran entusiasmados y vocingleros cosas que no saben para qué sirven y turistas japoneses que lo fotografían todo, abarrotan el paseo.

He aprovechado para hacer unos cuantos apuntes en mi cuaderno, pero es complicado. No es fácil encontrar un espacio en el que la gente no se te eche encima, y las terrazas están ya preparadas para el servicio de comidas que algunos turistas ya han comenzado, aunque aún no son ni siquiera las doce, y los camareros no están dispuestos a que ocupes una mesa para tomar un par de cervezas y demorarte haciendo dibujitos.


Aún no ha nacido en mí el interés por los relojes, pero nos gustan los objetos art-nouveau y art-déco y hemos visto una elegante figura de bronce, una bonita lámpara en bastante buen estado, un par de copas... Y curioseando entre los puestos encuentro un pequeño reloj de sobremesa de estilo modernista. Lo cojo y lo examino muy superficialmente. Es bonito, pero tiene algunos defectos. Lo vuelvo a depositar en el mostrador y el vendedor me propone un precio. No solo me parece excesivo, sino que, realmente, no tengo la más mínima intención de comprarlo. Agradezco la oferta y me giro para marchar, pero él insiste, rebajando la cantidad. Le aclaro que no me interesa y, sin perder la sonrisa, me propone que le diga yo una cifra. Empieza a ser embarazoso y le vuelvo a decir que el reloj no me interesa y que no le voy a hacer una oferta. Hace una nueva rebaja y estamos ya en la mitad del precio de partida. Vuelvo a acercarme, vuelvo a coger el reloj y le pregunto si funciona. Me responde que no tiene ni idea. Por lo menos es honesto. Lo vuelvo a depositar y pretendo dar por terminado el episodio, reafirmando mi desinterés. Veinte euros, me propone de golpe. Me quiebro y acabo aceptando. Cuando llego a la altura de mi mujer le muestro la compra y le explico el precio de salida y el coste final. ¡¿Regateaste?!, me pregunta incrédula, buena conocedora de mi incapacidad para ese tipo de negociaciones. No, le respondo, regateó el vendedor en solitario. Yo solo escuchaba como iba bajando el precio. ¿Funciona?. Parece que no. Bueno, concede, es bonito...
Volvimos de las vacaciones con un reloj que acabó en un estante, inútil, junto con un búcaro, una piedra y una reproducción muy digna de una estilizada figura etrusca.

Hace un par de años, tal vez tres, es posible que cuatro, se lo llevé a mi relojero de cabecera y le pedí que le echase un vistazo, por si era recuperable. Para mi sorpresa, un par de días después me dijo que solo había precisado una ligera limpieza y algo de aceite. Funcionaba, y bien. Le pedí, entonces, que le encontrase la turquesa que le faltaba, y al cabo de una semana el reloj pasó del estante a la repisa de la chimenea, primero, y a una mesita en el rellano del primer piso de la escalera, junto a una lámpara modernista, después.
Y esta semana me decidí a hacer algo con la esfera. Como se puede apreciar, había tenido en su día unos ornamentos en color, prácticamente desparecidos. La distribución de los números, bastante irregular, los "1" y los "2" todos con variaciones, y la escala de minutos, imperfecta, evidencian que el dial fue hecho a mano. Lo mejor, hacer una nueva.

He buscado documentación, pero no encontré nada, ni del logotipo de la "marca", que ahora sospecho que, en ausencia de cualquier otra indicación, podría ser la firma del artista o artesano que, tal vez, substituyó la esfera original para personalizar el reloj.

El proceso habitual: recortar la esfera de plancha de latón de 0,4 mm, hacer el centro y, en este caso, los huecos laterales para fijarla, lijar la superficie para favorecer el agarre de la imprimación e imprimarla con aerógrafo en varias capas. Esta vez he cambiado la fórmula de la imprimación y estoy contento del resultado. También le dí algo de color, no es blanco puro.
Mientras secaba bien (es importante que esté completamente seca, no solo la capa más superficial), diseñé la esfera (Adobe Illustrator; CorelDraw es una alternativa). Me tomé la molestia de reproducir la marca / firma e intenté no apartarme mucho del espíritu original del dial.

Y la imprimí con una impresora de 7 tintas a 2880 ppp. Las tintas de impresión, a excepción del negro, son transparentes, a diferencia de las de serigrafía y tampografía. Hay que tenerlo en cuenta para compensar tonos y saturación según el soporte sobre el que imprimamos.

El comportamiento de esta nueva mezcla de imprimación ha sido excelente. Con la que usaba hasta ahora, el contraste y la saturación bajaban un poco, con lo que, con detalles tan pequeños como los de una esfera de reloj, era necesario trabajar con diseños más marcados. Pero esta no solo mantiene el detalle de la alta resolución, sino que no altera en nada los colores y conserva diferencias de matiz muy tenues, como se puede ver en esta ampliación.

Después, barnizado y montaje. Al probar a montar el bisel me dí cuenta de que tenía un borde afilado que arañaba la esfera. Se puede apreciar un leve roce entre las 4 y las 5. Le hice una junta de apoyo plástica para protejer el dial.

Limpié los ornamentos de latón y le dí un repaso a la madera, y así ha quedado.

Gracias por llegar hasta aquí. Espero que os haya entretenido este ejercicio cuentístico relojil.
Saludos confinados
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