Yo prefiero pagar las cosas a que me las regalen. Cuando pagas, compras. Esto, que parece una perogrullada a primera vista, no lo es si se piensa con cuidado. En el contrato de compra y venta existen una serie de derechos y obligaciones por parte de ambas partes contratantes. Cuando el comprador paga y recibe la mercancía, acaban sus obligaciones y nacen sus derechos. Pero para el vendedor nacen en ese momento una serie de obligaciones que, de no cobrar el precio por el producto (o sea, lo regala), no son las mismas. Imaginemos que llevamos a casa un producto que necesitábamos y que nos han regalado, pero que si lo hubiéramos tenido que pagar hubiéramos elegido otra marca distinta a la que nos regalaron, la marca que llevábamos comprando desde siempre y que siempre nos dio satisfacción. Cuando vamos a hacer uso de aquel producto regalado nos damos cuenta de que no nos sirve igual que aquel otro que siempre comprábamos. ¿Qué hacemos ahora? ¿Volvemos otro día a la tienda a protestar? ¿Volvemos otro día a la tienda, pero a comprar aquello para lo que fuimos la primera vez; es decir, una compra nos ha costado dos viajes? ¿Reclamamos por la pérdidad de tiempo que nos supuso aceptar aquel producto gratis? Etcétera. Total, que al final puede darse el caso de que el posible ahorro se haya transformado en la pérdida de varias horas de nuestro tiempo, por tener que hacer el mismo recorrido dos veces, y el haber estado sin poder usar el producto que nos gusta durante unas cuantas horas (o días, si hay festivos de por medio). Acordémonos de lo de la colza. Todo el problema vino porque vendían por la calle aceite tan barato tan barato, que "casi lo regalaban". No me tiréis tomates aún, que no he acabado. Ya sé que aquello no es comparable con otras cosas, YA LO SÉ. Sólo he puesto este ejemplo "a lo grande" para que se entienda lo que quiero decir: que casi nunca es mejor lo muy barato o regalado que lo comprado "de verdad".