El Magistral conductor de la Transición, junto con el Rey y Torcuato Fernández-Miranda. Una transición pacífica desmontando poco a poco y sin aspavientos, el sistema jurídico preconstitucional, para a continuación promulgar la Ley de la Reforma Política y la Constitución de 1978.
Adolfo Súarez no tuvo un instante libre. Una de sus primeras acciones fue suscribir, a toda prisa, el Convenio Europeo de Derechos Humanos de 1950, que daba entrada a España en el "buen club" de los países europeos que garantizan los derechos humanos en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. Las gestiones iniciales realizadas por Suárez dieron su fruto y España fue admitida, no solamente en ese "club"; también se suscribieron otros Tratados internacionales sobre Derechos Humanos importantísimos como los Pactos de Derechos Civiles y Políticos. Todo ello, como digo, a toda prisa, sin perder un instante, porque había que instaurar una Democracia creíble, estable y duradera.
Un gran hombre, un Estadista y sobre todo, alguien que tuvo muy claro el precio político que debía pagar. Presentó su dimisión para aliviar la tensión con los militares cuando su propio partido, la UCD, le daba la espalda. Un hombre que debió soportar burlas, faltas de respeto e incluso que no le quisieran dar "la paz" en misa, por legalizar el Partido Comunista de España, decisión clave que no podía aplazarse ni omitirse para un proceso de transición auténticamente democrática.
Admiro a este hombre, sobre todo por su entereza cuando aceptó su propio fin político, a sabiendas de que el sacrificio realizado no sería en vano.