Galy
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Filomena un cuento de las Navidades pasadas.
Se encontraba el viejo reparador una fría mañana de invierno de finales de noviembre en su taller sin tener nada que hacer, maullando como un gato en celo (quehago, quehago, quehago), cosa ya habitual en los últimos años y es que cada final de mes la historia se repetía. El trabajo y la economía se resientan en esos fríos días de invierno, la horas se le hacían interminables y por más que consultara su viejo reloj estas no avanzaban más deprisa, dándole la impresión de que el tiempo en su cansado reloj esos días de fin de mes transcurrían mas lentamente de lo habitual.
El viejo no tenía nada más que hacer que esperar su ya próxima jubilación, por lo que esos días de final de mes los dedicaba a ir matando el tiempo. Uno de esos días de soledad sin nada que hacer se puso a mirar al techo y vio algo moverse allá arriba. “Qué alegría”, exclamó, “algo viene a paliar la soledad de este futuro jubilado”. Y es que encontró allá arriba una compañera con la que compartir sus largas jornadas de espera.
A esta compañera o compañero, vaya usted a saber, la llamó Filomena. Su aspecto era afable, tranquilo, ligero, paciente y laborioso. Su cuerpo, con sus finas y largas patas y su pequeño tronco, parecía tan frágil que daba la sensación que fuera a romperse en cualquier momento.
Filomena era una araña del polvo muy asustadiza, por lo que el viejo reparador la contemplaba a distancia, sin perturbarla. La observaba a diario, en aquellos días de soledad en que el tiempo tenía tendencia a hacerse tan pesado como el plomo.
Y desde aquel día el viejo reparador dejó de maullar como un gato en celo (quehago, quehago quehago) ya que encontró que hacer en aquellas horas que no tenía nada que hacer.
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Amanece un nuevo día, el primero del resto de tus días.
Galy 07
Se encontraba el viejo reparador una fría mañana de invierno de finales de noviembre en su taller sin tener nada que hacer, maullando como un gato en celo (quehago, quehago, quehago), cosa ya habitual en los últimos años y es que cada final de mes la historia se repetía. El trabajo y la economía se resientan en esos fríos días de invierno, la horas se le hacían interminables y por más que consultara su viejo reloj estas no avanzaban más deprisa, dándole la impresión de que el tiempo en su cansado reloj esos días de fin de mes transcurrían mas lentamente de lo habitual.
El viejo no tenía nada más que hacer que esperar su ya próxima jubilación, por lo que esos días de final de mes los dedicaba a ir matando el tiempo. Uno de esos días de soledad sin nada que hacer se puso a mirar al techo y vio algo moverse allá arriba. “Qué alegría”, exclamó, “algo viene a paliar la soledad de este futuro jubilado”. Y es que encontró allá arriba una compañera con la que compartir sus largas jornadas de espera.
A esta compañera o compañero, vaya usted a saber, la llamó Filomena. Su aspecto era afable, tranquilo, ligero, paciente y laborioso. Su cuerpo, con sus finas y largas patas y su pequeño tronco, parecía tan frágil que daba la sensación que fuera a romperse en cualquier momento.
Filomena era una araña del polvo muy asustadiza, por lo que el viejo reparador la contemplaba a distancia, sin perturbarla. La observaba a diario, en aquellos días de soledad en que el tiempo tenía tendencia a hacerse tan pesado como el plomo.
Y desde aquel día el viejo reparador dejó de maullar como un gato en celo (quehago, quehago quehago) ya que encontró que hacer en aquellas horas que no tenía nada que hacer.
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Amanece un nuevo día, el primero del resto de tus días.
Galy 07
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