Rafael Sevilla
New member
Hace casi tres años tuve el atrevimiento, con mi pobre prosa, de crear un pequeño cuento relojero. Hoy urgando entre carpetas de mi ordenador he vuelto a encontrarlo, y me gustaría compartirlo con vosotros. Espero sepáis disculpar mi torpe estilo literario.
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EL MILAGRO DEL TIEMPO
Mi historia comienza en 1950, concretamente en un frío mes de noviembre, ya que fue cuando me vino a tocar eso que se llama nacer.
El lugar donde vi la luz por vez primera era un pequeño pueblo de los Alpes suizos. No corrían buenos tiempos. Europa aún se desperezaba de un trágico conflicto mundial, y mi país -a pesar de mantenerse neutral-, no dejó de resentir la miseria y la escasez propia de la época, pero volvamos a la historia en sí.
Al poco de yo de nacer, se presentó en mi casa un señor. Al parecer tenía que tratarse de un buen amigo de mi padre, ya que a pesar de mi todavía corta edad –y según supe con el tiempo-, ambos pactaron mi adopción. Mi padre tenía que terminar de criar a una importante prole de hijos y la dote económica que recibiría, sin duda iba a resolver muchos de sus problemas. Y así, sin ser consciente de lo que estaba pasando, es como me vi camino de una nueva casa, de una nueva familia y de un futuro incierto y desconocido.
Pedro, que así se llamaba mi padre adoptivo, resultó ser un buen hombre del que siempre guardaré un recuerdo entrañable. No escatimaba en cuidados y atenciones hacia mí y siempre me mostraba pleno de orgullo entre sus familiares y amigos, como si de su verdadero hijo se tratase. Fueron muchas las vivencias junto a él, momentos buenos y otros menos buenos, pero sin duda en mi interior quedó lo mejor de ellos.
Pedro tenía un pequeño taller de televisores al que iba con él a trabajar todos los días. Yo había cumplido los veinte años cuando una noche volvíamos los dos del trabajo. Ya de camino a casa, algo trágico sucedió, Pedro quedó tendido en el suelo y yo caí junto a él, golpeándome fuertemente y perdiendo el conocimiento. Al poco tiempo, una muchedumbre rodeaba el cuerpo de Pedro que yacía frío en el suelo, y como si fuese en un sueño y de forma borrosa, el único recuerdo que de todo esto tengo es, de la presencia de la policía, la gente y la ambulancia en la que fuimos trasladados.
Sin saber muy bien qué pasó, fui a dar -aún malherido- con mis tripas en un calabozo, en el que sin entender por qué, pasaría los siguientes treinta y seis años de mi vida, sin juicio y sin una justa vista de mi causa.
Corría el año 2006 cuando una mañana oí un ruido que rompió el escalofriante silencio de la galería donde estaba confinado. La reja de mi calabozo se abrió y por la puerta asomó una cara que haría estremecer mis entrañas: el parecido de este hombre con Pedro era excepcional. Se acercó y me tomó de su manos y limpiándome un poco el rostro con un pañuelo, salió corriendo lleno de emoción. Al llegar junto a él a una estancia colindante, se detuvo delante de una mujer a la que no pude ver bien el rostro porque se encontraba delante de un ventanal, a contraluz, y los rayos del sol que inundaban la estancia me impedían intuir más allá de su silueta postrada en un gran sillón, y mi libertador dirigiéndose a ella conmigo entre sus manos exclamó: “abuela, mira el Omega que he encontrado en la caja fuerte del taller”. La señora respondió con una voz que me resultó familiar: “si Pedrito hijo mío, era el reloj preferido de tu abuelo, siempre lo llevaba con él, hasta el día del accidente. Puedes quedártelo, él estaría muy orgulloso de que tu lo llevases, y más si supiera de tu amor a los relojes”. El nieto emocionado y con la voz quebrada respondió: “Gracias abuela, sin duda hoy es uno de los días más felices de mi vida. Mañana mismo lo llevaré a hacerle una revisión”.
Después de pasar unos días recuperándome en el Servicio Técnico de una relojería, volví a sentirme como nuevo, y son ya varios los meses que llevo paseando de la muñeca de Pedrito, que es como también se llama el nieto del que fuese mi padre adoptivo, y veo como a mi alrededor todo ha cambiado, el mundo se ha transformado, incluso en cuestiones que todavía no alcanzo bien a entender, pero tiempo al tiempo, por que eso es lo que me sobra. Ahora vuelvo a sentir de nuevo lo que es el cariño y calor de un ser humano que se preocupa y cuida de mi, con dedicada entrega, y la gran ilusión que me embarga es verme en el futuro lucir en la muñeca de algunos de estos niños que hoy corretean alrededor de su padre, de Pedrito, mi libertador.
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EL MILAGRO DEL TIEMPO
Mi historia comienza en 1950, concretamente en un frío mes de noviembre, ya que fue cuando me vino a tocar eso que se llama nacer.
El lugar donde vi la luz por vez primera era un pequeño pueblo de los Alpes suizos. No corrían buenos tiempos. Europa aún se desperezaba de un trágico conflicto mundial, y mi país -a pesar de mantenerse neutral-, no dejó de resentir la miseria y la escasez propia de la época, pero volvamos a la historia en sí.
Al poco de yo de nacer, se presentó en mi casa un señor. Al parecer tenía que tratarse de un buen amigo de mi padre, ya que a pesar de mi todavía corta edad –y según supe con el tiempo-, ambos pactaron mi adopción. Mi padre tenía que terminar de criar a una importante prole de hijos y la dote económica que recibiría, sin duda iba a resolver muchos de sus problemas. Y así, sin ser consciente de lo que estaba pasando, es como me vi camino de una nueva casa, de una nueva familia y de un futuro incierto y desconocido.
Pedro, que así se llamaba mi padre adoptivo, resultó ser un buen hombre del que siempre guardaré un recuerdo entrañable. No escatimaba en cuidados y atenciones hacia mí y siempre me mostraba pleno de orgullo entre sus familiares y amigos, como si de su verdadero hijo se tratase. Fueron muchas las vivencias junto a él, momentos buenos y otros menos buenos, pero sin duda en mi interior quedó lo mejor de ellos.
Pedro tenía un pequeño taller de televisores al que iba con él a trabajar todos los días. Yo había cumplido los veinte años cuando una noche volvíamos los dos del trabajo. Ya de camino a casa, algo trágico sucedió, Pedro quedó tendido en el suelo y yo caí junto a él, golpeándome fuertemente y perdiendo el conocimiento. Al poco tiempo, una muchedumbre rodeaba el cuerpo de Pedro que yacía frío en el suelo, y como si fuese en un sueño y de forma borrosa, el único recuerdo que de todo esto tengo es, de la presencia de la policía, la gente y la ambulancia en la que fuimos trasladados.
Sin saber muy bien qué pasó, fui a dar -aún malherido- con mis tripas en un calabozo, en el que sin entender por qué, pasaría los siguientes treinta y seis años de mi vida, sin juicio y sin una justa vista de mi causa.
Corría el año 2006 cuando una mañana oí un ruido que rompió el escalofriante silencio de la galería donde estaba confinado. La reja de mi calabozo se abrió y por la puerta asomó una cara que haría estremecer mis entrañas: el parecido de este hombre con Pedro era excepcional. Se acercó y me tomó de su manos y limpiándome un poco el rostro con un pañuelo, salió corriendo lleno de emoción. Al llegar junto a él a una estancia colindante, se detuvo delante de una mujer a la que no pude ver bien el rostro porque se encontraba delante de un ventanal, a contraluz, y los rayos del sol que inundaban la estancia me impedían intuir más allá de su silueta postrada en un gran sillón, y mi libertador dirigiéndose a ella conmigo entre sus manos exclamó: “abuela, mira el Omega que he encontrado en la caja fuerte del taller”. La señora respondió con una voz que me resultó familiar: “si Pedrito hijo mío, era el reloj preferido de tu abuelo, siempre lo llevaba con él, hasta el día del accidente. Puedes quedártelo, él estaría muy orgulloso de que tu lo llevases, y más si supiera de tu amor a los relojes”. El nieto emocionado y con la voz quebrada respondió: “Gracias abuela, sin duda hoy es uno de los días más felices de mi vida. Mañana mismo lo llevaré a hacerle una revisión”.
Después de pasar unos días recuperándome en el Servicio Técnico de una relojería, volví a sentirme como nuevo, y son ya varios los meses que llevo paseando de la muñeca de Pedrito, que es como también se llama el nieto del que fuese mi padre adoptivo, y veo como a mi alrededor todo ha cambiado, el mundo se ha transformado, incluso en cuestiones que todavía no alcanzo bien a entender, pero tiempo al tiempo, por que eso es lo que me sobra. Ahora vuelvo a sentir de nuevo lo que es el cariño y calor de un ser humano que se preocupa y cuida de mi, con dedicada entrega, y la gran ilusión que me embarga es verme en el futuro lucir en la muñeca de algunos de estos niños que hoy corretean alrededor de su padre, de Pedrito, mi libertador.