epicuro150
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texto original de opus habana
Cuervo y Sobrinos era la única empresa importadora en Cuba de las afamadas marcas de relojes Roskopf y Longines. Tenía además un amplio surtido de yugos, sortijas, llaveros, presillas para corbatas y billetes... entre otros objetos.
Gracias al Libro de Oro Hispano-Americano (Volumen I-Edición de lujo), editado en 1917, es posible conocer sobre los orígenes de la joyería Cuervo y Sobrinos, ya para entonces «una de las empresas de su orden más acreditadas de toda la Isla y de las que dirigen el negocio con mayor competencia y acierto (...)», según esa publicación. Y agregaba: «Es también una de las entidades mercantiles más sólidas de Cuba».
Dirigida por don Armando F. Río y Cuervo, la firma había sido fundada alrededor de 1885 por su tío don Ramón, quien contó desde un inicio con la competencia y laboriosidad de aquél, así como con la de sus otros dos sobrinos: don Plácido y don Lisardo, hermanos del primero. Pero fue don Armando —a juzgar por el escrito—, quien llegó a «convertirla en uno de los más grandes orgullos mercantiles de la ciudad de la Habana».
Nacido en 1862 en Quinzales, del concejo de Pravia, en la provincia de Oviedo, el futuro comerciante se había educado en un colegio de la Bayona francesa, de donde embarcaría rumbo a Cuba. Trabajaría como empleado en una joyería e incluso se trasladaría a México por pocos meses, hasta que su tío don Ramón —quien acababa de establecer un almacén de joyas— le solicitó sus conocimientos de ese negocio, ofreciéndole participación en la empresa.
Don Armando pasó entonces a Alemania como comprador y, al poco tiempo, establecía en Pforzheim, en el Gran Ducado de Badem, una sucursal de la casa habanera, y más tarde organizaba otra sucursal en París, que —en el momento de ser publicada la reseña en el Libro de Oro— se encontraba establecida en la rue Mezlay. A partir de entonces, «tanto la casa principal como estas dos sucursales han alcanzado un gran crédito y el más firme prestigio comercial. Don Armando Río y Cuervo es en la actualidad primer vicepresidente del Casino Español de la Habana», afirmaba la misma fuente.
En aquel momento —añadía—, los principales negocios de la empresa eran «el de pedrería fina, el de joyería en general y el de relojería, representando en este último comercio las grandes marcas Longines y Roskopff. El capital social es de 400.000 pesos, capital que la empresa casi cubre anualmente, pues por término medio ascienden sus ventas a 360.000. El mercado de la casa principal no se reduce solamente a Cuba, sino que se extiende por todo Centroamérica (...)»
Por otra publicación del año 1917, «Libro Azul» de Cuba, se sabe que entonces Cuervo y Sobrinos tenía instalado sus almacenes y despacho en la calle de la Muralla, número 37-1/2 (altos). «Directamente importan de los Estados Unidos y de Europa (...) y la gran especialidad de esta casa, que conoce toda la Capital muy ventajosamente, son, sin disputa alguna, la venta exclusiva que tienen de los relojes», aseguraba esta suerte de catálogo anual de entidades comerciales.
Tanto en uno como en otro libro, acompañando los textos, aparecen imágenes de los socios y empleados de la firma, así como de sus oficinas y salones de muestras. Años después, Cuervo y Sobrinos mantendrá su presencia en revistas y otras publicaciones mediante anuncios que destacan —sobre todo— su compromiso con el arte de la relojería. Así, al dirigirse a sus potenciales clientes, solían asegurarles que «la joya creada para usted, será el más fiel exponente de su personalidad. Haga resaltar su belleza con joyas artísticas». Por posteriores anuncios —cuyo diseño hace presumible que fueran emitidos ya a partir de los años 30 del siglo XX—, sabemos que la Casa Cuervo y Sobrinos se trasladó hacia San Rafael y Águila.
Situado en las proximidades del llamado boulevard de San Rafael, que hasta hoy mantiene su carácter comercial, ese local todavía existe, y en su interior —aunque deteriorados por el tiempo y la desidia— pueden apreciarse el enmaderado, un viejo reloj y la bóveda de antaño.
Y a pesar de que desapareció el letrero que —colocado en lo alto de la fachada exterior, perpendicularmente a la vía peatonal— servía para avisar al transeúnte en la lejanía sobre la presencia de la firma (ver contraportada de esta revista), la marca Cuervo y Sobrinos se conserva en la memoria de muchos habaneros.
Con el slogan de «los joyeros de confianza», la tienda vendía no sólo finos relojes Rolex y Longines, de oro y acero, sino un extenso surtido de sortijones para caballeros, de oro 18K y topacio; yugos en los más finos estilos; gran variedad de hebillas y pasadores... todo ello anunciado como oferta navideña... «no importa las cifras que alcance su presupuesto. Un presente para cada posibilidad económica y un objeto para cada gusto. Además... su regalo llevará impreso el tradicional prestigio de la firma».
El sólo hecho de que —al igual que Tiffany, en Nueva York, o Cartier, en París—, Cuervo y Sobrinos grabara su nombre en las esferas de los relojes junto al productor de los mismos, ya da cuenta del prestigio y solidez que alcanzó la empresa habanera, sobre todo en las décadas de 1940 y 1950.
Precisamente esa «doble marca» confiere hoy garantía y rareza a los ejemplares conservados por coleccionistas, verdaderas joyas no sólo por la exactitud mecánica sino también por la belleza de diseño y formas. No en balde se les califica de «clásicos», por sus exquisitas características que denotan elegancia e imponen un style que trasciende el tiempo y la moda.
NUEVA ÉPOCA
Quiso el azar que una empresa italiana, con experiencia en la relojería anticuaria, descubriera la remota existencia de Cuervo y Sobrinos y se hiciera de la antigua marca, extinta hace tantos años.
Tras una rigurosa investigación, en el caveau de la antigua joyería, los nuevos dueños descubrieron un pequeño grupo de mecanismos de época, intactos, pues nunca se habían montado.
Ello permitió recuperar la prestigiosa marca mediante una partida de elegantes modelos que evocan —de manera singular— los famosos cortes de los puros habanos.
«Espléndidos», «Robustos», «Prominentes»... los nuevos relojes tienen el mismo estilo y calidad técnica de sus antepasados, a lo que se suma ahora esa relación con el placer de fumar, en un intento de sus actuales propietarios porque Cuervo y Sobrinos nunca pierda el sello de su originaria cubanidad.
Estos relojes se convirtieron en toda una novedad durante el III Festival Internacional del Habano (19-23 de febrero de 2001, La Habana), una de las citas más importantes para los fumadores de puros de todo el mundo. Entonces, la muestra de Cuervo y Sobrinos fue premiada como Mejor Diseño de Stand Modular y, especialmente, Mejor Diseño de Producto.
A partir de los mecanismos de época que se encontraron, los «nuevos» Cuervo y Sobrinos son frutos de un delicado proceso de elaboración artesanal.Cada caja —por ejemplo— se tornea individualmente en un bloque único de oro y, a continuación, se templa al fuego hasta conseguir la dureza y el brillo necesarios. Luego se les graba al punzón el número que identifica la pieza.
Las esferas son de porcelana esmaltada, con agujas en oro y el rótulo «Cuervo y Sobrinos-La Habana», también esmaltado. Sus colores varían en dependencia del oro empleado en cada modelo: amarillo, blanco o rosa.
Las manillas se confeccionaron también artesanalmente; son de piel de cocodrilo, con una hebilla de oro de 18 quilates —en los tres colores antes señalados— y dibujos representativos de la década de 1940 con mallas de granos muy típicos conocidas como «en cañete».
Del modelo «Espléndidos», nombre que identifica a los cigarros Cohiba más demandados, se elaboraron sólo 82 ejemplares, cada uno en una caja rectangular de 40 x 30 mm, tal y como era la moda en la época y que ahora resurge.
Les siguen los «Robustos», de estilo deportivo, con caja redonda en una sola pieza de 36 mm de diámetro (serie limitada a 99 piezas). Resalta el Robusto Cronómetro certificado por la C.O.S.C (Contrôle Officiel Suisse des Cronometres), entidad independiente formada por autoridades en la materia.
Y culmina la lista con los «Prominentes», de buen tamaño como su nombre lo indica (194 x 19,45 mm). Según el concepto de la empresa, diseñado para grandes viajeros, este reloj dispone de dos husos horarios. Aparece sólo en oro y en rosa, con la tapa de la caja cerrada con seis tornillos de oro y la esfera tiene una gráfica con números pronunciados, típica en 1930. En el interior todo el funcionamiento lo controlan dos mecanismos, uno de los cuales se encarga de la precisión del huso horario principal.
Fabricados a finales de los años 50 especialmente para la firma habanera, ambos mecanismos fueron renovados completamente luego de aparecer en los antiguos almacenes de Cuervo y Sobrinos. Como un detalle especial, los relojes se entregan en un auténtico humidor, la caja climatizada para conservar puros, confeccionada en cedro del trópico o español, sin emplear pegamento alguno ni sustancia química que enrarezca el aroma de los habanos, y con enchapes de oro para evitar la corrosión.
Todos los modelos llevan, además, un certificado de garantía en una pequeña cartera cosida a mano.
Al margen de los detalles técnicos, sobresalen en cada una de estas piezas un aroma inconfundible, la mezcla perfecta de un estilo «retro» y el espíritu de los puros habanos.
Frutos de la combinación de suelo, clima y maestría, estos últimos también son obras artesanales de altísima calidad, piezas únicas de reconocido valor y con un estilo que jamás se perderá: el de la paciencia y la elegancia.
Si el tiempo es, a fin de cuentas, aquello que miden los relojes, y su fugacidad pudiera expresarse mediante la figura de una voluta de humo, con el resurgir de la marca Cuervo y Sobrinos pudiera demostrarse también que «tiempo» significa la eterna duración de las cosas.
Como saber si son originales:
Pendiente en forma de copa o cáliz es señal inequívoca de los primeros Roskopf; la tapa de la caja con bisagra, el troquel en la máquina (Roskopf , y no F. Roskpf, que sería preocupante) y en las cajas el logo característico de la estrella lobulada dentro de una especie de trébol de cuatro hojas, que a su vez va dentro de un doble círculo, en cuya corona se leen las palabras ROSKOPF PATENT separadas por estrellas de cinco puntas, que después se puso también sobre el movimiento, y cuya presencia en la máquina es casi seguro garantía de originalidad, tratándose de relojes fabricados a partir de 1873, año en que G.F. Roskopf vendió la patente y todos los derechos de fabricación del reloj, fondo industrial y marcas registradas incluidas, a los hermanos Wille. No es tan fiable el apellido Roskopf usado en troqueles distintos, pues hasta se utilizó como testaferro a un carnicero de apellido Roskopf (Louis?), para que prestase su apellido a ciertas refacciones del reloj original. Dejando aparte la utilización del apellido que hizo el único hijo que tuvo Roskopf, Fritz-Edouard, que llegó a patentar un cronógrafo basado en el sistema de su padre, y vivió toda su vida amargado, tratando en vano de recuperar la patente vendida a los hermanos Wille (o al menos participar en el negocio) o de evitar que el carnicero y quienes movían sus hilos usasen el apellido Roskopf en sus engendros (utilizó primero como troquel un tiesto con una flor, dentro de un doble círculo, con la leyenda F.E. Roskopf, y fue condenado por uso indebido de marca, a instancia de los hermanos Wille. Otro logo utilizado por él fue un tiesto en lugar del cardo, y la leyenda Roskopf Fils). Troqueles con las palabras "Roskopf Nieto", "Louis Roskopf & Cie", "Rosopf K. & Cie", "Oter Roskopf", etc
Cuervo y Sobrinos era la única empresa importadora en Cuba de las afamadas marcas de relojes Roskopf y Longines. Tenía además un amplio surtido de yugos, sortijas, llaveros, presillas para corbatas y billetes... entre otros objetos.
Gracias al Libro de Oro Hispano-Americano (Volumen I-Edición de lujo), editado en 1917, es posible conocer sobre los orígenes de la joyería Cuervo y Sobrinos, ya para entonces «una de las empresas de su orden más acreditadas de toda la Isla y de las que dirigen el negocio con mayor competencia y acierto (...)», según esa publicación. Y agregaba: «Es también una de las entidades mercantiles más sólidas de Cuba».
Dirigida por don Armando F. Río y Cuervo, la firma había sido fundada alrededor de 1885 por su tío don Ramón, quien contó desde un inicio con la competencia y laboriosidad de aquél, así como con la de sus otros dos sobrinos: don Plácido y don Lisardo, hermanos del primero. Pero fue don Armando —a juzgar por el escrito—, quien llegó a «convertirla en uno de los más grandes orgullos mercantiles de la ciudad de la Habana».
Nacido en 1862 en Quinzales, del concejo de Pravia, en la provincia de Oviedo, el futuro comerciante se había educado en un colegio de la Bayona francesa, de donde embarcaría rumbo a Cuba. Trabajaría como empleado en una joyería e incluso se trasladaría a México por pocos meses, hasta que su tío don Ramón —quien acababa de establecer un almacén de joyas— le solicitó sus conocimientos de ese negocio, ofreciéndole participación en la empresa.
Don Armando pasó entonces a Alemania como comprador y, al poco tiempo, establecía en Pforzheim, en el Gran Ducado de Badem, una sucursal de la casa habanera, y más tarde organizaba otra sucursal en París, que —en el momento de ser publicada la reseña en el Libro de Oro— se encontraba establecida en la rue Mezlay. A partir de entonces, «tanto la casa principal como estas dos sucursales han alcanzado un gran crédito y el más firme prestigio comercial. Don Armando Río y Cuervo es en la actualidad primer vicepresidente del Casino Español de la Habana», afirmaba la misma fuente.
En aquel momento —añadía—, los principales negocios de la empresa eran «el de pedrería fina, el de joyería en general y el de relojería, representando en este último comercio las grandes marcas Longines y Roskopff. El capital social es de 400.000 pesos, capital que la empresa casi cubre anualmente, pues por término medio ascienden sus ventas a 360.000. El mercado de la casa principal no se reduce solamente a Cuba, sino que se extiende por todo Centroamérica (...)»
Por otra publicación del año 1917, «Libro Azul» de Cuba, se sabe que entonces Cuervo y Sobrinos tenía instalado sus almacenes y despacho en la calle de la Muralla, número 37-1/2 (altos). «Directamente importan de los Estados Unidos y de Europa (...) y la gran especialidad de esta casa, que conoce toda la Capital muy ventajosamente, son, sin disputa alguna, la venta exclusiva que tienen de los relojes», aseguraba esta suerte de catálogo anual de entidades comerciales.
Tanto en uno como en otro libro, acompañando los textos, aparecen imágenes de los socios y empleados de la firma, así como de sus oficinas y salones de muestras. Años después, Cuervo y Sobrinos mantendrá su presencia en revistas y otras publicaciones mediante anuncios que destacan —sobre todo— su compromiso con el arte de la relojería. Así, al dirigirse a sus potenciales clientes, solían asegurarles que «la joya creada para usted, será el más fiel exponente de su personalidad. Haga resaltar su belleza con joyas artísticas». Por posteriores anuncios —cuyo diseño hace presumible que fueran emitidos ya a partir de los años 30 del siglo XX—, sabemos que la Casa Cuervo y Sobrinos se trasladó hacia San Rafael y Águila.
Situado en las proximidades del llamado boulevard de San Rafael, que hasta hoy mantiene su carácter comercial, ese local todavía existe, y en su interior —aunque deteriorados por el tiempo y la desidia— pueden apreciarse el enmaderado, un viejo reloj y la bóveda de antaño.
Y a pesar de que desapareció el letrero que —colocado en lo alto de la fachada exterior, perpendicularmente a la vía peatonal— servía para avisar al transeúnte en la lejanía sobre la presencia de la firma (ver contraportada de esta revista), la marca Cuervo y Sobrinos se conserva en la memoria de muchos habaneros.
Con el slogan de «los joyeros de confianza», la tienda vendía no sólo finos relojes Rolex y Longines, de oro y acero, sino un extenso surtido de sortijones para caballeros, de oro 18K y topacio; yugos en los más finos estilos; gran variedad de hebillas y pasadores... todo ello anunciado como oferta navideña... «no importa las cifras que alcance su presupuesto. Un presente para cada posibilidad económica y un objeto para cada gusto. Además... su regalo llevará impreso el tradicional prestigio de la firma».
El sólo hecho de que —al igual que Tiffany, en Nueva York, o Cartier, en París—, Cuervo y Sobrinos grabara su nombre en las esferas de los relojes junto al productor de los mismos, ya da cuenta del prestigio y solidez que alcanzó la empresa habanera, sobre todo en las décadas de 1940 y 1950.
Precisamente esa «doble marca» confiere hoy garantía y rareza a los ejemplares conservados por coleccionistas, verdaderas joyas no sólo por la exactitud mecánica sino también por la belleza de diseño y formas. No en balde se les califica de «clásicos», por sus exquisitas características que denotan elegancia e imponen un style que trasciende el tiempo y la moda.
NUEVA ÉPOCA
Quiso el azar que una empresa italiana, con experiencia en la relojería anticuaria, descubriera la remota existencia de Cuervo y Sobrinos y se hiciera de la antigua marca, extinta hace tantos años.
Tras una rigurosa investigación, en el caveau de la antigua joyería, los nuevos dueños descubrieron un pequeño grupo de mecanismos de época, intactos, pues nunca se habían montado.
Ello permitió recuperar la prestigiosa marca mediante una partida de elegantes modelos que evocan —de manera singular— los famosos cortes de los puros habanos.
«Espléndidos», «Robustos», «Prominentes»... los nuevos relojes tienen el mismo estilo y calidad técnica de sus antepasados, a lo que se suma ahora esa relación con el placer de fumar, en un intento de sus actuales propietarios porque Cuervo y Sobrinos nunca pierda el sello de su originaria cubanidad.
Estos relojes se convirtieron en toda una novedad durante el III Festival Internacional del Habano (19-23 de febrero de 2001, La Habana), una de las citas más importantes para los fumadores de puros de todo el mundo. Entonces, la muestra de Cuervo y Sobrinos fue premiada como Mejor Diseño de Stand Modular y, especialmente, Mejor Diseño de Producto.
A partir de los mecanismos de época que se encontraron, los «nuevos» Cuervo y Sobrinos son frutos de un delicado proceso de elaboración artesanal.Cada caja —por ejemplo— se tornea individualmente en un bloque único de oro y, a continuación, se templa al fuego hasta conseguir la dureza y el brillo necesarios. Luego se les graba al punzón el número que identifica la pieza.
Las esferas son de porcelana esmaltada, con agujas en oro y el rótulo «Cuervo y Sobrinos-La Habana», también esmaltado. Sus colores varían en dependencia del oro empleado en cada modelo: amarillo, blanco o rosa.
Las manillas se confeccionaron también artesanalmente; son de piel de cocodrilo, con una hebilla de oro de 18 quilates —en los tres colores antes señalados— y dibujos representativos de la década de 1940 con mallas de granos muy típicos conocidas como «en cañete».
Del modelo «Espléndidos», nombre que identifica a los cigarros Cohiba más demandados, se elaboraron sólo 82 ejemplares, cada uno en una caja rectangular de 40 x 30 mm, tal y como era la moda en la época y que ahora resurge.
Les siguen los «Robustos», de estilo deportivo, con caja redonda en una sola pieza de 36 mm de diámetro (serie limitada a 99 piezas). Resalta el Robusto Cronómetro certificado por la C.O.S.C (Contrôle Officiel Suisse des Cronometres), entidad independiente formada por autoridades en la materia.
Y culmina la lista con los «Prominentes», de buen tamaño como su nombre lo indica (194 x 19,45 mm). Según el concepto de la empresa, diseñado para grandes viajeros, este reloj dispone de dos husos horarios. Aparece sólo en oro y en rosa, con la tapa de la caja cerrada con seis tornillos de oro y la esfera tiene una gráfica con números pronunciados, típica en 1930. En el interior todo el funcionamiento lo controlan dos mecanismos, uno de los cuales se encarga de la precisión del huso horario principal.
Fabricados a finales de los años 50 especialmente para la firma habanera, ambos mecanismos fueron renovados completamente luego de aparecer en los antiguos almacenes de Cuervo y Sobrinos. Como un detalle especial, los relojes se entregan en un auténtico humidor, la caja climatizada para conservar puros, confeccionada en cedro del trópico o español, sin emplear pegamento alguno ni sustancia química que enrarezca el aroma de los habanos, y con enchapes de oro para evitar la corrosión.
Todos los modelos llevan, además, un certificado de garantía en una pequeña cartera cosida a mano.
Al margen de los detalles técnicos, sobresalen en cada una de estas piezas un aroma inconfundible, la mezcla perfecta de un estilo «retro» y el espíritu de los puros habanos.
Frutos de la combinación de suelo, clima y maestría, estos últimos también son obras artesanales de altísima calidad, piezas únicas de reconocido valor y con un estilo que jamás se perderá: el de la paciencia y la elegancia.
Si el tiempo es, a fin de cuentas, aquello que miden los relojes, y su fugacidad pudiera expresarse mediante la figura de una voluta de humo, con el resurgir de la marca Cuervo y Sobrinos pudiera demostrarse también que «tiempo» significa la eterna duración de las cosas.
Como saber si son originales:
Pendiente en forma de copa o cáliz es señal inequívoca de los primeros Roskopf; la tapa de la caja con bisagra, el troquel en la máquina (Roskopf , y no F. Roskpf, que sería preocupante) y en las cajas el logo característico de la estrella lobulada dentro de una especie de trébol de cuatro hojas, que a su vez va dentro de un doble círculo, en cuya corona se leen las palabras ROSKOPF PATENT separadas por estrellas de cinco puntas, que después se puso también sobre el movimiento, y cuya presencia en la máquina es casi seguro garantía de originalidad, tratándose de relojes fabricados a partir de 1873, año en que G.F. Roskopf vendió la patente y todos los derechos de fabricación del reloj, fondo industrial y marcas registradas incluidas, a los hermanos Wille. No es tan fiable el apellido Roskopf usado en troqueles distintos, pues hasta se utilizó como testaferro a un carnicero de apellido Roskopf (Louis?), para que prestase su apellido a ciertas refacciones del reloj original. Dejando aparte la utilización del apellido que hizo el único hijo que tuvo Roskopf, Fritz-Edouard, que llegó a patentar un cronógrafo basado en el sistema de su padre, y vivió toda su vida amargado, tratando en vano de recuperar la patente vendida a los hermanos Wille (o al menos participar en el negocio) o de evitar que el carnicero y quienes movían sus hilos usasen el apellido Roskopf en sus engendros (utilizó primero como troquel un tiesto con una flor, dentro de un doble círculo, con la leyenda F.E. Roskopf, y fue condenado por uso indebido de marca, a instancia de los hermanos Wille. Otro logo utilizado por él fue un tiesto en lugar del cardo, y la leyenda Roskopf Fils). Troqueles con las palabras "Roskopf Nieto", "Louis Roskopf & Cie", "Rosopf K. & Cie", "Oter Roskopf", etc
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