Eusebio
Well-known member
ASÍ SE HACE
En una brumosa madrugada del lunes, cuando apenas un hilo de luz se deja ver en el horizonte, un desvencijado camión cargado con 30 toneladas de chatarra se dirige a una pequeña fábrica a las afueras de Guangzhou, ciudad situada al sureste de la República Popular China.
Entra en los terrenos de la fábrica y descarga su contenido en una cinta transportadora que conduce los retorcidos metales que cargaba el camión hasta una colosal trituradora que los deja divididos en pedazos no mas grandes que el dedo de una mano. Otra cinta recoge los pedazos y los vierte directamente en un horno de fundición donde se calentarán a 1700º hasta fundirse en una sola masa roja y caliente como las mismísimas puertas del averno.
Recogido el ardiente magma en un crisol, se vierte en unos moldes que acabarán convirtiendo la vieja chatarra que trajo el camión en bloques de acero del malillo. Estos bloques avanzan hacia una prensa-laminadora de una barbaridad de toneladas de presión que los aplasta hasta formar una lámina de 1 metro de ancho por 3 mm. de espesor.
Luego se colocan estas planchas en otra prensa (esta troqueladora) que irá haciendo miles de agujeros en la lámina de 26 mm. de diámetro. Las “galletitas” resultantes, que tienen 26mm. de diámetro y en espesor de 3 mm. se llaman pro-formas y son muy parecidas a una moneda aunque un poco mas gordas.
Las pro-formas pasarán de una en una por una fresadora dirigida por ordenador que, en apenas unos segundos, irá vaciando acero de aquí y de allá hasta dejar las pro-formas convertidas en algo muy parecido a lo que es la platina de un calibre. Luego pasan por una pulidora que elimina las posibles rebabas y por un tunel de lavado, abrillantado y secado. Por otra parte, con los retales que han sobrado de la lámina de acero primigenia, se han confeccionado los diferentes puentes del calibre.
Una vez puestas las piedras sintéticas en las platinas, estas, junto a los puentes y las diferentes ruedas de latón que se han moldeado en otra línea de la fábrica, le llegan al primer operario, chino, faltaría más. Éste adereza bien de aceite la platina tal y como si estuviera aliñando una ensalada y monta las ruedas en su posición. Coloca el barrilete y todo el sistema de remonte y pone los puentes que fija con unos cuantos tornillos, los cuales no apreta en exceso ya que está seguro que se pasarían de rosca. Así que con los puentes colocados y los tornillos en precario le da unas cuantas vueltas a la corona y observa como todo el tren de rodaje gira sin ningún problema. Este trabajo le ha llevado cinco minutos escasos y tiene que andar deprisa si quiere montar al final de la jornada los movimientos necesarios para cumplir el objetivo y poder llevar a casa el equivalente a 300 € a final de mes.
El calibre, a medio montar, pasa entonces a una guapa chinita que es la encargada de montar el áncora y el órgano regulador del movimiento. Vamos, el volante y su puente.
Coge las piezas con buen pulso, las atornilla sobre la platina y observa (pensando en lo bien que pasó el fin de semana con su novio) que el volante ha hecho intención de oscilar. No pierde más de un par de segundos en cerciorarse que el volante oscila regularmente y coge otro calibre y vuelta a empezar.
El movimiento, ya casi montado, pasa esta vez a un chinito muy joven, casi adolescente y con la cara llena de granos que es el encargado de montar la esfera y las agujas del reloj. Pone las ruedas de horas y minutos y el disco datario en la parte delantera de la platina y monta la esfera, en este caso rotulada con la marca Orkina. Coloca las agujas correspondientes sin apenas tener en cuenta su correcta cuadratura y no las apreta demasiado no sea que se le vaya a salir alguna rueda por la parte contraria del movimiento.
A continuación otra chinita, esta sin novio y habiendo pasado un fin de semana bastante aburrido, pasa a montar el sistema de remonte automático y el rotor de inercia. A continuación agita el calibre de forma vigorosa (tal y como agitaríamos un frasco de jarabe para la tos) para comprobar que el rotor oscila sin problemas. Luego mete el movimiento en una caja también hecha con acero del malo en el mejor de los casos, le pone una correa y lo pasa todo a la sección de embalaje.
Otro operario recoge el Orkina ya completamente montado y lo envuelve en plástico de pelotas, le pone un par de pegatinas y junto a una muy decorada tarjeta de garantía lo mete en una caja de corcho blanco, la cual envuelve concienzudamente con precinto de embalar.
Al otro lado de la fábrica, en las oficinas, la chiquita que recoge los pedidos on-line ha detectado el pedido de un Orkina con las características del que acaba de ser montado y empaquetado. Se hace con el paquetito, le pone el nombre y la dirección del cliente y lo tira sin mas miramientos en la caja del correo.
Y ahora viene lo más interesante: Los sentimientos de alegría, angustia, frustración y desesperación por los que pasa el, no sabemos si afortunado dueño de este Orkina.
Pero eso se verá en el próximo capítulo después de la publicidad.......... :666::666: :rofl::rofl::rofl:
En una brumosa madrugada del lunes, cuando apenas un hilo de luz se deja ver en el horizonte, un desvencijado camión cargado con 30 toneladas de chatarra se dirige a una pequeña fábrica a las afueras de Guangzhou, ciudad situada al sureste de la República Popular China.
Entra en los terrenos de la fábrica y descarga su contenido en una cinta transportadora que conduce los retorcidos metales que cargaba el camión hasta una colosal trituradora que los deja divididos en pedazos no mas grandes que el dedo de una mano. Otra cinta recoge los pedazos y los vierte directamente en un horno de fundición donde se calentarán a 1700º hasta fundirse en una sola masa roja y caliente como las mismísimas puertas del averno.
Recogido el ardiente magma en un crisol, se vierte en unos moldes que acabarán convirtiendo la vieja chatarra que trajo el camión en bloques de acero del malillo. Estos bloques avanzan hacia una prensa-laminadora de una barbaridad de toneladas de presión que los aplasta hasta formar una lámina de 1 metro de ancho por 3 mm. de espesor.
Luego se colocan estas planchas en otra prensa (esta troqueladora) que irá haciendo miles de agujeros en la lámina de 26 mm. de diámetro. Las “galletitas” resultantes, que tienen 26mm. de diámetro y en espesor de 3 mm. se llaman pro-formas y son muy parecidas a una moneda aunque un poco mas gordas.
Las pro-formas pasarán de una en una por una fresadora dirigida por ordenador que, en apenas unos segundos, irá vaciando acero de aquí y de allá hasta dejar las pro-formas convertidas en algo muy parecido a lo que es la platina de un calibre. Luego pasan por una pulidora que elimina las posibles rebabas y por un tunel de lavado, abrillantado y secado. Por otra parte, con los retales que han sobrado de la lámina de acero primigenia, se han confeccionado los diferentes puentes del calibre.
Una vez puestas las piedras sintéticas en las platinas, estas, junto a los puentes y las diferentes ruedas de latón que se han moldeado en otra línea de la fábrica, le llegan al primer operario, chino, faltaría más. Éste adereza bien de aceite la platina tal y como si estuviera aliñando una ensalada y monta las ruedas en su posición. Coloca el barrilete y todo el sistema de remonte y pone los puentes que fija con unos cuantos tornillos, los cuales no apreta en exceso ya que está seguro que se pasarían de rosca. Así que con los puentes colocados y los tornillos en precario le da unas cuantas vueltas a la corona y observa como todo el tren de rodaje gira sin ningún problema. Este trabajo le ha llevado cinco minutos escasos y tiene que andar deprisa si quiere montar al final de la jornada los movimientos necesarios para cumplir el objetivo y poder llevar a casa el equivalente a 300 € a final de mes.
El calibre, a medio montar, pasa entonces a una guapa chinita que es la encargada de montar el áncora y el órgano regulador del movimiento. Vamos, el volante y su puente.
Coge las piezas con buen pulso, las atornilla sobre la platina y observa (pensando en lo bien que pasó el fin de semana con su novio) que el volante ha hecho intención de oscilar. No pierde más de un par de segundos en cerciorarse que el volante oscila regularmente y coge otro calibre y vuelta a empezar.
El movimiento, ya casi montado, pasa esta vez a un chinito muy joven, casi adolescente y con la cara llena de granos que es el encargado de montar la esfera y las agujas del reloj. Pone las ruedas de horas y minutos y el disco datario en la parte delantera de la platina y monta la esfera, en este caso rotulada con la marca Orkina. Coloca las agujas correspondientes sin apenas tener en cuenta su correcta cuadratura y no las apreta demasiado no sea que se le vaya a salir alguna rueda por la parte contraria del movimiento.
A continuación otra chinita, esta sin novio y habiendo pasado un fin de semana bastante aburrido, pasa a montar el sistema de remonte automático y el rotor de inercia. A continuación agita el calibre de forma vigorosa (tal y como agitaríamos un frasco de jarabe para la tos) para comprobar que el rotor oscila sin problemas. Luego mete el movimiento en una caja también hecha con acero del malo en el mejor de los casos, le pone una correa y lo pasa todo a la sección de embalaje.
Otro operario recoge el Orkina ya completamente montado y lo envuelve en plástico de pelotas, le pone un par de pegatinas y junto a una muy decorada tarjeta de garantía lo mete en una caja de corcho blanco, la cual envuelve concienzudamente con precinto de embalar.
Al otro lado de la fábrica, en las oficinas, la chiquita que recoge los pedidos on-line ha detectado el pedido de un Orkina con las características del que acaba de ser montado y empaquetado. Se hace con el paquetito, le pone el nombre y la dirección del cliente y lo tira sin mas miramientos en la caja del correo.
Y ahora viene lo más interesante: Los sentimientos de alegría, angustia, frustración y desesperación por los que pasa el, no sabemos si afortunado dueño de este Orkina.
Pero eso se verá en el próximo capítulo después de la publicidad.......... :666::666: :rofl::rofl::rofl:
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