Eusebio
Well-known member
ASÍ SE HACE II
Ya tenemos nuestro paquete con el Orkina en la oficina de correos. Y hemos tenido mucha suerte. Guangzhou, antigua Cantón, es un importante nudo de comunicaciones para los correos aéreos chinos y pululan por su aeropuerto cientos de transitarios. En un par de días llega nuestro paquete al aeropuerto donde es entregado a un transitario que ya tiene bastante avanzada la carga de un contenedor para avión. Y en cinco días exactos nuestro reloj despega del aeropuerto chino para aterrizar en el aeropuerto de Atatürk en Estambul, Turquía.
Estambul es un destacado centro distribuidor para todas las mercancías que llegan de oriente y van destinadas a la Europa comunitaria e incluso a algunos países del este de antigua dominación soviética. También tenemos relativa suerte en este tránsito y el contenedor aéreo que se tiene que embarcar con destino a Barajas solo tarda 6 días en completarse. Pasados 14 días desde que nuestra adorable chinita pusiera el paquete en la saca de correos, éste ya se encuentra en los almacenes de la aduana española en el aeropuerto madrileño.
Las cosas de palacio van despacio y, aunque un 95% de las mercancías que llegan a la aduana de Madrid no se revisan a fondo, si que todos y cada uno de los paquetes que allí se encuentran tienen que pasar obligatoriamente por las líneas de escáner. A los 5 días de estar nuestro paquete durmiendo el sueño de los justos, aparece un muchachito de barba incipiente y becario para mas señas, que coloca nuestro reloj en una cinta transportadora que lo llevará a la revisión obligatoria.
En el momento en que nuestro paquete aparece en la pantalla del escáner, un aburrido funcionario de aduanas con el Marca en la mano exclama: “¡Joer!, ya era hora de que el Madrid despidiera a Mourinho”. Y allá que va nuestro relojillo tan contento hacia la oficina de correos encargada de enviarlo a la capital de destino.
Ya tenemos el paquete en destino. El cartero encargado de repartirlo lo coge, lo sospesa, se mira lo lleno que lleva el carro y decide dejarlo en la oficina. Es más perro que la chaqueta de un guardia. Luego hará el famoso papelito que dice que ha pasado por tu casa a tal hora y que no había nadie, y que el envío está retenido en la oficina de correos de tu barrio, a la espera de que pases tú con tus propias patejas a recogerlo.
No pasa nada, el horario de entrega de paquetes es amplio y da tiempo de recogerlo a la salida del trabajo para comer. Eso sí, como tengas 4 o 5 personas delante, te tienes que meter luego los fideos con un embudo y salir pitando a trabajar.
Pero ya está el reloj en casa y es tiempo de verlo al natural. Nos armamos de tijeras y cuchillo jamonero y empezamos a pelar el paquete tal que si fuera una col. Precintos, corchos blancos, plástico de pelotas y al final, allá al fondo aparece nuestro flamante Orkina. Seguimos raspándole todo tipo de plásticos y adhesivos y observamos el acabado exterior: bueno, no está mal, ninguna raya aparente ni en el metal ni en el cristal, la cosa va bien. Observamos la esfera y aquí empieza a ponerse feo el asunto: Las agujas no están cuadradas y cuando la minutera marca las 12, a la horaria todavía le falta un minuto para llegar a la hora en punto. Por otra parte el segundero central yace lánguidamente fuera de su sitio y trabado entre los índices de las 9 y las 11.
Después de acordarnos de todos y cada uno de los granos que tenía en la cara el jodío chino que montó las agujas, y después de dedicarle sonoros “piropos” a todos sus ascendientes hasta la propia dinastía Ming, nos calmamos un momento y aplicamos el viejo dicho de –Quién dijo miedo habiendo hospitales-. Como el reloj funciona, vamos a “trepanarlo” y tratar de colocar las agujas en su sitio. Con las herramientas adecuadas quitamos la tapa, sacamos la bata y la tija y extraemos movimiento y esfera. Colocamos sin mayor problema la minutera bien cuadrada con la horaria y, con mucho cuidado, colocamos también el segundero en su sitio. Le colocamos la tija y se observa que el reloj cambia de fecha entre las 12,30 y la 1,30. Bien, no está mal, a esas horas no lo miro y de día no lo veo, así que vale como está. Lo montamos todo y lo cerramos. Unas vueltas de corona y a la muñeca para ver como funciona.
Ya llevamos colocado el Orkina toda la tarde y toda la noche y parece funcionar de maravilla, así que lo llevamos bien visible en la muñeca para “vacilar” en la oficina.
Y resulta que vacilamos menos que un submarino debajo de una gotera. En una oficina con mas de 30 personas trabajando no hay dios que se fije en tu reloj, se la trae floja a todo el mundo el reloj que lleves, no tienen ni pajolera idea y ni se enteran. Yo creo que entrando con un reloj de pared colgao del cuello sería la única forma de que te dijeran algo. Bueno, ellos se lo pierden, pero tu te pasas toda la jornada echando vistazos a la muñeca y convenciéndote de que has comprado el diseño mas bonito que existe y existirá.
FIN
Nota del autor: Todo lo que se cuenta aquí y en el capítulo anterior ha salido solo y exclusivamente de mis propias meninges. Cualquier parecido con la realidad es pura chamba.
Ya tenemos nuestro paquete con el Orkina en la oficina de correos. Y hemos tenido mucha suerte. Guangzhou, antigua Cantón, es un importante nudo de comunicaciones para los correos aéreos chinos y pululan por su aeropuerto cientos de transitarios. En un par de días llega nuestro paquete al aeropuerto donde es entregado a un transitario que ya tiene bastante avanzada la carga de un contenedor para avión. Y en cinco días exactos nuestro reloj despega del aeropuerto chino para aterrizar en el aeropuerto de Atatürk en Estambul, Turquía.
Estambul es un destacado centro distribuidor para todas las mercancías que llegan de oriente y van destinadas a la Europa comunitaria e incluso a algunos países del este de antigua dominación soviética. También tenemos relativa suerte en este tránsito y el contenedor aéreo que se tiene que embarcar con destino a Barajas solo tarda 6 días en completarse. Pasados 14 días desde que nuestra adorable chinita pusiera el paquete en la saca de correos, éste ya se encuentra en los almacenes de la aduana española en el aeropuerto madrileño.
Las cosas de palacio van despacio y, aunque un 95% de las mercancías que llegan a la aduana de Madrid no se revisan a fondo, si que todos y cada uno de los paquetes que allí se encuentran tienen que pasar obligatoriamente por las líneas de escáner. A los 5 días de estar nuestro paquete durmiendo el sueño de los justos, aparece un muchachito de barba incipiente y becario para mas señas, que coloca nuestro reloj en una cinta transportadora que lo llevará a la revisión obligatoria.
En el momento en que nuestro paquete aparece en la pantalla del escáner, un aburrido funcionario de aduanas con el Marca en la mano exclama: “¡Joer!, ya era hora de que el Madrid despidiera a Mourinho”. Y allá que va nuestro relojillo tan contento hacia la oficina de correos encargada de enviarlo a la capital de destino.
Ya tenemos el paquete en destino. El cartero encargado de repartirlo lo coge, lo sospesa, se mira lo lleno que lleva el carro y decide dejarlo en la oficina. Es más perro que la chaqueta de un guardia. Luego hará el famoso papelito que dice que ha pasado por tu casa a tal hora y que no había nadie, y que el envío está retenido en la oficina de correos de tu barrio, a la espera de que pases tú con tus propias patejas a recogerlo.
No pasa nada, el horario de entrega de paquetes es amplio y da tiempo de recogerlo a la salida del trabajo para comer. Eso sí, como tengas 4 o 5 personas delante, te tienes que meter luego los fideos con un embudo y salir pitando a trabajar.
Pero ya está el reloj en casa y es tiempo de verlo al natural. Nos armamos de tijeras y cuchillo jamonero y empezamos a pelar el paquete tal que si fuera una col. Precintos, corchos blancos, plástico de pelotas y al final, allá al fondo aparece nuestro flamante Orkina. Seguimos raspándole todo tipo de plásticos y adhesivos y observamos el acabado exterior: bueno, no está mal, ninguna raya aparente ni en el metal ni en el cristal, la cosa va bien. Observamos la esfera y aquí empieza a ponerse feo el asunto: Las agujas no están cuadradas y cuando la minutera marca las 12, a la horaria todavía le falta un minuto para llegar a la hora en punto. Por otra parte el segundero central yace lánguidamente fuera de su sitio y trabado entre los índices de las 9 y las 11.
Después de acordarnos de todos y cada uno de los granos que tenía en la cara el jodío chino que montó las agujas, y después de dedicarle sonoros “piropos” a todos sus ascendientes hasta la propia dinastía Ming, nos calmamos un momento y aplicamos el viejo dicho de –Quién dijo miedo habiendo hospitales-. Como el reloj funciona, vamos a “trepanarlo” y tratar de colocar las agujas en su sitio. Con las herramientas adecuadas quitamos la tapa, sacamos la bata y la tija y extraemos movimiento y esfera. Colocamos sin mayor problema la minutera bien cuadrada con la horaria y, con mucho cuidado, colocamos también el segundero en su sitio. Le colocamos la tija y se observa que el reloj cambia de fecha entre las 12,30 y la 1,30. Bien, no está mal, a esas horas no lo miro y de día no lo veo, así que vale como está. Lo montamos todo y lo cerramos. Unas vueltas de corona y a la muñeca para ver como funciona.
Ya llevamos colocado el Orkina toda la tarde y toda la noche y parece funcionar de maravilla, así que lo llevamos bien visible en la muñeca para “vacilar” en la oficina.
Y resulta que vacilamos menos que un submarino debajo de una gotera. En una oficina con mas de 30 personas trabajando no hay dios que se fije en tu reloj, se la trae floja a todo el mundo el reloj que lleves, no tienen ni pajolera idea y ni se enteran. Yo creo que entrando con un reloj de pared colgao del cuello sería la única forma de que te dijeran algo. Bueno, ellos se lo pierden, pero tu te pasas toda la jornada echando vistazos a la muñeca y convenciéndote de que has comprado el diseño mas bonito que existe y existirá.
FIN
Nota del autor: Todo lo que se cuenta aquí y en el capítulo anterior ha salido solo y exclusivamente de mis propias meninges. Cualquier parecido con la realidad es pura chamba.