Joanot
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Como siempre estoy de coña, menos cuando me cabreo, creeréis que esta anécdota es falsa. Nada más lejos de la realidad.
Cuando mi padre se jubiló anticipadamente del banco le hicieron una comida-homenaje y una entrega de regalo, como se suele hacer en estos casos. Como era enemigo de las placas grabadas, relojes baratos y otras cutreces que se suelen hacer, propuso a los organizadores que le regalaran un reloj determinado, del que él mismo se pagaría el resto del importe.
Cuando me contó que le habían regalado un reloj que era cronómetro y nosequé, le enseñé mi Casio con crono, avisador, nosecuantas alarmas y lo que me había costado en un bazar del Pla del Palau de Barcelona. Fin de la conversación.
Al cabo de no menos de diez o quince años, haciendo juntos algo que no recuerdo, me fijo en su muñeca y me doy cuenta de la letra griega:
- ¡Coño, un Omega!
- Sí, hace tiempo que lo tengo.
- No sabía que tenías un Omega.
- Es el reloj que me regalaron en mi jubilación.
- ¿...? (Estupor y cara de jilipollas por mi parte)
Aquí quedó la cosa sin más trascendencia pues por aquella época poco o nada sabía yo de relojes aparte de que Omega era una marca de las buenas entre los relojes.
La misma ignorancia hizo que al fallecer mi padre, dejara que mi hermano menor echara mano del reloj y se lo guardara, prometiendo que le haría un mantenimiento a fondo, pues le hacía falta. Cuando supo el precio de un armis original dijo que le ponía un armis de siete euros, que le haría el mismo servicio que el caro. Además, como le dijeron que no era sumergible, lo dejaba bien guardado en un cajón y él seguía usando los de cuarzo de siempre.
Con el tiempo, yo he aprendido algo de relojes y por eso me corroen las entrañas cuando pienso que en algún cajón de algún lóbrego rincón de la casa de mi hermano menor está durmiendo el sueño del olvido un OMEGA SPEEDMASTER PROFESSIONAL.
La verdad es que este trauma psicológico ha sido el origen de mi sobrevenida afición a los relojes y de mi convencimiento de que no lo superaré hasta que pueda poseer ESE reloj. O por lo menos uno parecido.
Perdón por el tocho.
Cuando mi padre se jubiló anticipadamente del banco le hicieron una comida-homenaje y una entrega de regalo, como se suele hacer en estos casos. Como era enemigo de las placas grabadas, relojes baratos y otras cutreces que se suelen hacer, propuso a los organizadores que le regalaran un reloj determinado, del que él mismo se pagaría el resto del importe.
Cuando me contó que le habían regalado un reloj que era cronómetro y nosequé, le enseñé mi Casio con crono, avisador, nosecuantas alarmas y lo que me había costado en un bazar del Pla del Palau de Barcelona. Fin de la conversación.
Al cabo de no menos de diez o quince años, haciendo juntos algo que no recuerdo, me fijo en su muñeca y me doy cuenta de la letra griega:
- ¡Coño, un Omega!
- Sí, hace tiempo que lo tengo.
- No sabía que tenías un Omega.
- Es el reloj que me regalaron en mi jubilación.
- ¿...? (Estupor y cara de jilipollas por mi parte)
Aquí quedó la cosa sin más trascendencia pues por aquella época poco o nada sabía yo de relojes aparte de que Omega era una marca de las buenas entre los relojes.
La misma ignorancia hizo que al fallecer mi padre, dejara que mi hermano menor echara mano del reloj y se lo guardara, prometiendo que le haría un mantenimiento a fondo, pues le hacía falta. Cuando supo el precio de un armis original dijo que le ponía un armis de siete euros, que le haría el mismo servicio que el caro. Además, como le dijeron que no era sumergible, lo dejaba bien guardado en un cajón y él seguía usando los de cuarzo de siempre.
Con el tiempo, yo he aprendido algo de relojes y por eso me corroen las entrañas cuando pienso que en algún cajón de algún lóbrego rincón de la casa de mi hermano menor está durmiendo el sueño del olvido un OMEGA SPEEDMASTER PROFESSIONAL.
La verdad es que este trauma psicológico ha sido el origen de mi sobrevenida afición a los relojes y de mi convencimiento de que no lo superaré hasta que pueda poseer ESE reloj. O por lo menos uno parecido.
Perdón por el tocho.
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