nikkho
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Igual que hice el año pasado, en estas fiestas Navideñas vuelve Paul Davis. Un nuevo relato que quiero compartir con vosotros de manera totalmente altruista.
Paul Davis, el regalo
Por J.G. Chamorro
Estaba a punto de ponerme el pijama cuando Collin Bender me llamó por teléfono.
—Paul, necesito verte. Es algo importante.
—Mmmm. Sí. Dime dónde estás Collin. —Respondí yo.
—En el Club Offshore.
—Bien de acuerdo, está cerca de casa. En diez minutos estoy allí.
Activé el cronógrafo de mi Zenith El Primero. Me calcé unas zapatillas de deporte blancas, unos vaqueros desgastados, y una camiseta de color blanco con el emblema de la relojera Blancpain escrito en letras negras. Sobre ella me cubrí con un abrigo de plumas.
En menos de cuatro minutos estaba ya en la calle. La gélida brisa nocturna de diciembre me recordó que había salido de casa sin peinarme… ¡Todo tiene un precio!
El Club Offshore estaba a tres manzanas de mi casa, un lugar que en mi juventud había frecuentado con cierta asiduidad. Desde entonces había cambiado de dueños varias veces. El barrio no era el más animado de la ciudad, pese a todo, el Offshore había logrado mantenerse como un local en donde se pinchaba buena música.
Detuve el cronógrafo cuando aún no había llegado a los nueve minutos. Como un reloj suizo llegaba puntual a mi cita. Con suavidad puse a cero el contador, y entré en el Offshore. La temperatura interior era muy agradable, y rápidamente me aclimaté.
El período invernal con bastantes días festivos, y mucha gente ya de vacaciones, se traducía en una gran afluencia de público en el local. No estaba a rebosar, pero si considerablemente lleno. Lo cual, unido al entorno de penumbra, me impedía encontrar a Collin.
Otro hubiera cogido su teléfono móvil, y le hubiera llamado para saber dónde estaba. Claro que quizás con el volumen de la música, Collin no habría escuchado mi llamada. En cualquier caso, yo era Paul Davis, alguien que disfrutaba los relojes y que sabía sacarles partido.
Me acerqué a uno de los focos blancos que se movían recorriendo la pista de baile. Estudié sus ángulos y sus posiciones. Incliné mi brazo para dejarlo horizontalmente sobre su resplandor. Cuando el rayo llegó a la esfera de mi reloj, sus haces se reflejaron, provocando una visible refulgencia. Era una idea que había sacado de una película. En ella los protagonistas eran capaces de comunicarse a distancia gracias a un espejo que destellaba al moverse, y que reflejaba la luz del sol.
A los pocos segundos Collin salía a mi encuentro. Tuvo que ver los destellos cuatro o cinco veces hasta que reparó que siendo la hora en la que yo debía llegar, probablemente era yo presentándome de una manera un tanto original.
Me hizo seguirle hasta un reservado con sofás. Ambos nos sentamos. En aquella zona el sonido de la música era más que nada un ruido de fondo. Se escuchaba la reverberación de las notas más graves, pero permitía mantener una conversación.
—Me alegro de verte. Tú dirás… —Dije yo.
Antes de que Collin llegara a responderme, noté como unas manos calientes tapaban mis ojos por la espalda.
Me deshice de las manos, y una voz me dijo:
—Hola Paul. —Era la voz de Lidia, mi secretaria.
Me di la vuelta y vi que Lidia no había venido sola, además de Collin frente a mí, estaba otra cara conocida, Veronica Ciccone (NE: Ver A contrarreloj 5: Paul Davis, un Apple Watch no hace tic tac).
Veronica era una representante artística que había contratado mis servicios unos meses atrás. Me comentó que había hecho unas cuantas gestiones, y que el resultado de las mismas se encontraba dentro del paquete que Lidia me estaba haciendo entrega.
Observé el paquete. Mi nerviosismo fue en aumento cuando leí la etiqueta de quién lo remitía:
Omega SA
Raynald Aeschlimann
Rue Jakob-Stämpfli 96
Biel 4
Biel, 2500
Switzerland
Por si no lo sabéis, Raynald Aeschlimann es el CEO de la firma relojera Omega. Que él mismo firmara la entrega, ya era un signo verdaderamente importante.
Abrí la caja de cartón, y encontré una tarjeta escrita a mano con tinta de color negro:
Estimado Paul Davis,
Por mediación de la signorina Ciccone he sido informado de su labor recuperando relojes, pero sobre todo, de su entusiasmo particular en cuanto a la relojería.
Desgraciadamente, también he sido conocedor del hecho que usted suele portar un Zenith El Primero en su muñeca. Algo que como máximo responsable de Omega SA, no puedo permitir.
En reconocimiento a su trayectoria, me despido deseando que este detalle sea de su agrado, y abriéndole las puertas de nuestra manufactura en Bienne.
Sin otro particular,
Raynald Aeschlimann
CEO Omega SA
Con impaciencia abrí el paquete. Una caja de madera de nogal me dio una pista de lo que iba a encontrar en su interior. Abrí cuidadosamente la tapa, y ahí estaba. Era un Omega Speedmaster ’57 de titanio. El legendario diseño del Speedmaster de Omega, pero con la máxima tecnología de la casa.
Un guardatiempo que equipaba unos de los calibres punteros de carga automática, el Omega 9300 Co-Axial reconocido por su elevada precisión.
—El paquete llegó esta mañana. —Dijo Lidia. —Habías salido de la oficina, por eso no te diste cuenta. Nada más ver la etiqueta de quién lo mandaba supe que era algo importante.
Lidia me explicó que poco después le llamó Veronica preguntando si habría recibido el envío del señor Aeschlimann. Le respondí afirmativamente, y entonces entre las dos tramamos tu pequeña sorpresa.
—No puedo decir que tengas muchos amigos… —Continuó Lidia. —Así que opté por recurrir a Collin, que es de los pocos que sé que sigues viendo regularmente. De parte de los tres, ¡Feliz Navidad Paul!
—Feliz Navidad chicos —Respondí yo emocionado.
Este relato se incluye en "A contrarreloj 7: Paul Davis, control de aduanas", y también forma parte de "A contarreloj: Primera temporada", lo tenéis disponible también en A contrarreloj: Paul Davis, el regalo. espero que os guste.
Paul Davis, el regalo
Por J.G. Chamorro
Estaba a punto de ponerme el pijama cuando Collin Bender me llamó por teléfono.
—Paul, necesito verte. Es algo importante.
—Mmmm. Sí. Dime dónde estás Collin. —Respondí yo.
—En el Club Offshore.
—Bien de acuerdo, está cerca de casa. En diez minutos estoy allí.
Activé el cronógrafo de mi Zenith El Primero. Me calcé unas zapatillas de deporte blancas, unos vaqueros desgastados, y una camiseta de color blanco con el emblema de la relojera Blancpain escrito en letras negras. Sobre ella me cubrí con un abrigo de plumas.
En menos de cuatro minutos estaba ya en la calle. La gélida brisa nocturna de diciembre me recordó que había salido de casa sin peinarme… ¡Todo tiene un precio!
El Club Offshore estaba a tres manzanas de mi casa, un lugar que en mi juventud había frecuentado con cierta asiduidad. Desde entonces había cambiado de dueños varias veces. El barrio no era el más animado de la ciudad, pese a todo, el Offshore había logrado mantenerse como un local en donde se pinchaba buena música.
Detuve el cronógrafo cuando aún no había llegado a los nueve minutos. Como un reloj suizo llegaba puntual a mi cita. Con suavidad puse a cero el contador, y entré en el Offshore. La temperatura interior era muy agradable, y rápidamente me aclimaté.
El período invernal con bastantes días festivos, y mucha gente ya de vacaciones, se traducía en una gran afluencia de público en el local. No estaba a rebosar, pero si considerablemente lleno. Lo cual, unido al entorno de penumbra, me impedía encontrar a Collin.
Otro hubiera cogido su teléfono móvil, y le hubiera llamado para saber dónde estaba. Claro que quizás con el volumen de la música, Collin no habría escuchado mi llamada. En cualquier caso, yo era Paul Davis, alguien que disfrutaba los relojes y que sabía sacarles partido.
Me acerqué a uno de los focos blancos que se movían recorriendo la pista de baile. Estudié sus ángulos y sus posiciones. Incliné mi brazo para dejarlo horizontalmente sobre su resplandor. Cuando el rayo llegó a la esfera de mi reloj, sus haces se reflejaron, provocando una visible refulgencia. Era una idea que había sacado de una película. En ella los protagonistas eran capaces de comunicarse a distancia gracias a un espejo que destellaba al moverse, y que reflejaba la luz del sol.
A los pocos segundos Collin salía a mi encuentro. Tuvo que ver los destellos cuatro o cinco veces hasta que reparó que siendo la hora en la que yo debía llegar, probablemente era yo presentándome de una manera un tanto original.
Me hizo seguirle hasta un reservado con sofás. Ambos nos sentamos. En aquella zona el sonido de la música era más que nada un ruido de fondo. Se escuchaba la reverberación de las notas más graves, pero permitía mantener una conversación.
—Me alegro de verte. Tú dirás… —Dije yo.
Antes de que Collin llegara a responderme, noté como unas manos calientes tapaban mis ojos por la espalda.
Me deshice de las manos, y una voz me dijo:
—Hola Paul. —Era la voz de Lidia, mi secretaria.
Me di la vuelta y vi que Lidia no había venido sola, además de Collin frente a mí, estaba otra cara conocida, Veronica Ciccone (NE: Ver A contrarreloj 5: Paul Davis, un Apple Watch no hace tic tac).
Veronica era una representante artística que había contratado mis servicios unos meses atrás. Me comentó que había hecho unas cuantas gestiones, y que el resultado de las mismas se encontraba dentro del paquete que Lidia me estaba haciendo entrega.
Observé el paquete. Mi nerviosismo fue en aumento cuando leí la etiqueta de quién lo remitía:
Omega SA
Raynald Aeschlimann
Rue Jakob-Stämpfli 96
Biel 4
Biel, 2500
Switzerland
Por si no lo sabéis, Raynald Aeschlimann es el CEO de la firma relojera Omega. Que él mismo firmara la entrega, ya era un signo verdaderamente importante.
Abrí la caja de cartón, y encontré una tarjeta escrita a mano con tinta de color negro:
Estimado Paul Davis,
Por mediación de la signorina Ciccone he sido informado de su labor recuperando relojes, pero sobre todo, de su entusiasmo particular en cuanto a la relojería.
Desgraciadamente, también he sido conocedor del hecho que usted suele portar un Zenith El Primero en su muñeca. Algo que como máximo responsable de Omega SA, no puedo permitir.
En reconocimiento a su trayectoria, me despido deseando que este detalle sea de su agrado, y abriéndole las puertas de nuestra manufactura en Bienne.
Sin otro particular,
Raynald Aeschlimann
CEO Omega SA
Con impaciencia abrí el paquete. Una caja de madera de nogal me dio una pista de lo que iba a encontrar en su interior. Abrí cuidadosamente la tapa, y ahí estaba. Era un Omega Speedmaster ’57 de titanio. El legendario diseño del Speedmaster de Omega, pero con la máxima tecnología de la casa.
Un guardatiempo que equipaba unos de los calibres punteros de carga automática, el Omega 9300 Co-Axial reconocido por su elevada precisión.
—El paquete llegó esta mañana. —Dijo Lidia. —Habías salido de la oficina, por eso no te diste cuenta. Nada más ver la etiqueta de quién lo mandaba supe que era algo importante.
Lidia me explicó que poco después le llamó Veronica preguntando si habría recibido el envío del señor Aeschlimann. Le respondí afirmativamente, y entonces entre las dos tramamos tu pequeña sorpresa.
—No puedo decir que tengas muchos amigos… —Continuó Lidia. —Así que opté por recurrir a Collin, que es de los pocos que sé que sigues viendo regularmente. De parte de los tres, ¡Feliz Navidad Paul!
—Feliz Navidad chicos —Respondí yo emocionado.
Este relato se incluye en "A contrarreloj 7: Paul Davis, control de aduanas", y también forma parte de "A contarreloj: Primera temporada", lo tenéis disponible también en A contrarreloj: Paul Davis, el regalo. espero que os guste.